
El escéptico Pirrón pensaba que no había que preocuparse por nada, que todo le resultaba indiferente y que las disputas filosóficas eran una pérdida de tiempo.
Sus seguidores, sin embargo, dedicaron muchos esfuerzos a refutar las opiniones nivales, en especial Timón de Fliunte, Enesidemo, Agripa y Sexto Empírico.
No parece muy razonable que alguien pierda tantas energías en refutar algo que en realidad le resulta indiferente, pero quizá haya una razón para ello, que de nuevo nos acerca a las filosofías de la India, y en especial al budismo en una de sus versiones más conocidas, el zen.
El zen es una evolución japonesa del budismo ch’an chino. En algunos aspectos es muy semejante, pero en otros muy diferente. Más adelante veremos por qué.
Se cuentan muchas historias acerca de novicios zen que buscan la revelación o satori de manera obsesiva y a los que sus maestros someten a todo tipo de prácticas extravagantes, desde barrer el templo día tras día hasta soportar bastonazos si se duermen.
Pero lo que más les gusta a estos sádicos maestros es proponer a los estudiantes enigmas absurdos o incomprensibles llamados koans.
Los aprendices se pasan las horas intentando encontrar el significado o la solución a esos koan, algo que puedo asegurar al lector que no es fácil. Pero mejor es que el lector lo compruebe por sí mismo con algunos koans:
El maestro da una palmada y dice: «Este es el sonido de dos manos aplaudiendo, ¿cuál es el sonido de una sola mano aplaudiendo?»
Ante este dilema, los alumnos buscan mil y una respuestas, como la más plausible: «Es el silencio». Pero el maestro dice que no, y a lo mejor les propina un bastonazo.
Otros koans, más que acertijos, son réplicas ingeniosas, como aquel en el que el discípulo dice que está estudiando «para convertirme en un buda». El maestro entonces se pone a pulir un ladrillo y el discípulo le pregunta qué está haciendo. «Estoy tratando de hacer un espejo».
Aunque con este intercambio de opiniones, él chiste ya ha quedado perfectamente claro, los comentaristas creen necesario añadir dos líneas de diálogo:
-Pero cómo se puede hacer un espejo puliendo un ladrillo?
-¿Y cómo se puede uno convertir en Buda haciendo zen?
Otro koan muy ingenioso es aquel en el que dos monjes discuten acerca de una bandera en lo alto del templo.
-La bandera se mueve-dice uno.
-No, es el viento el que se mueve -dice el otro.
Pasa por ahí Hui-Neng, sexto patriarca del chan y dice:
-No es la bandera lo que se mueve, no es el viento lo que se mueve: es tu mente lo que se mueve.
Y algunos más:
El maestro Teshan dice: si puedes contestar, te daré 30 azotes, si no puedes contestar te daré 30 azotes. (Shen Xuan jian)
-Qué es el Buda?
-Un bastón de estiércol seco (Teshan)
-Cuando lo buscas no puedes encontrarlo. Buda es la mente que no entiende. No existe otra.
Descartar la mente zen es el modo correcto zen. El buen arquero nunca da en el blanco
Algo parecido a la búsqueda obsesiva de una respuesta a un koan, o a otra actividad budista como la lectura de miles de escrituras budistas o sutras tras una respuesta imposible de encontrar, es lo que hacían los escépticos pirrónicos. Al menos eso se puede adivinar en algunos textos de Sexto Empírico en los que intenta una y otra vez deshacer un equívoco que se repetía en la Antigüedad y que todavía se repite en muchas exposiciones de la filosofía pirrónica.
Ese tópico es que el fin último de un filósofo pirrónico consiste en la suspensión del juicio (epojé). Es decir, que en cualquier problema debemos buscar buenas razones a favor y en contra, hasta que nos veamos obligados a no inclinarnos hacia ninguna de ellas y suspender el juicio.
Ahora bien, ese no es el fin que busca un buen escéptico pirrónico, dice Sexto Empírico porque la suspensión del juicio es tan sólo un instrumento para alcanzar el verdadero objetivo, que no es intelectual, sino emocional: alcanzar la ataraxia, es decir, lograr llegar a la indiferencia ante todas las cosas, y a la imperturbabilidad que sobreviene a continuación.
Es un método que puede parecer un poco extraño, incluso enrevesado, pues si el objetivo es que nada nos importe ni nos inquiete, ¿por qué entonces prestar tanta atención a discutir y a examinar cada aspecto de una cuestión?
Lo mismo podemos preguntar a los monjes zen.