Al ver las tumbas de la parte vieja del cementerio Colón de La Habana, pensé que también los cementerios mueren, como mueren las personas enterradas en ellos y como mueren los edificios, que aquí en Cuba convierten algunos barrios en cementerios de cascotes.
Qué mejor destino para un cementerio que morir, ir deshaciéndose poco a poco, ver cómo sus pedazos de mármol y sus viejos hierros son llevados a otros cementerios, los de los hierros oxidados y los mármoles desmenuzados. Y quién sabe si tal vez regresarán a la vida esos hierros de mausoleo decimonónico, convertidos ahora en verjas de una casa en el barrio del Vedado.
(9 de marzo de 2013)
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Cuaderno de Cuba