Como dije en la primera entrada de esta investigación, parece que todos los resultados cuantificables hacen que la vida del optimista sea mejor que la del pesimista, incluso en igualdad de estímulos externos. Por regla general, los optimistas viven más y mejor que los pesimistas, lo que es, sin duda, una estupenda razón para ser optimista. A los pesimistas supongo que eso les dará igual.

Una de las primeras personas en darse cuenta de la benéfica influencia del optimismo fue Oliva Sabuco de Nantes Barrera, autora de la Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, un libro delicioso, escrito en forma de diálogo y publicado en 1587, en el que se anticipa y mejora el dualismo de Descartes, refutándolo.
Su consideración de lo psicosomático (que ella no llamaba así, por supuesto) es anterior a Francis Glisson y Thomas Willis. En fin, hablé de ella en Esklepsis 5 y todavía le debo un ensayo desde hace más de diez años. Quizá pronto pague esa deuda.
Lo psicosomático puede influir en la manera en que una enfermedad evoluciona. En algunos casos puede, no ya causarla (eso es improbable pero no imposible), pero sí puede favorecer su aparición. Y aquí me permito una aclaración personal.
Tras pasar hace años por una larga enfermedad, me volví bastante quisquilloso respecto a lo psicosomático, por lo que estoy seguro de que algunos amigos y conocidos cree que no pienso que sea un concepto válido.
Se equivocan.
Lo que sucede es que lo psicosomático se ha convertido en una manera de explicar sin explicar. Se recurre a ello con excesiva facilidad, hasta el punto de que casi siempre que un médico te dice que algo es psicosomático lo que te está diciendo es que no tiene ni idea de lo que te pasa.

Otra consecuencia negativa del recurso a lo psicosomático es la tendencia a culpabilizar al enfermo de sus enfermedades, como si fuera alguna especie de defecto moral ponerse enfermo, a la manera de la utopía de Samuel Butler Erewhom, donde se encierra a los enfermos y se manda al hospital a los criminales. De esto habla mucho y muy bien Susan Sontag en La enfermedad y sus metáforas.
Tampoco hay que olvidar que por mucho que influya lo psicosomático en la enfermedad, casi todas las enfermedades precisan de medicinas, entre otras cosas porque las medicinas también pueden modificar el estado de ánimo (y no me refiero a los psicotrópicos, sino incluso a cualquier medicina que ataque a los gérmenes, virus o bacterias).
Mi enfermedad me demostró con bastante claridad, y con abundancia de ejemplos, que no basta con querer curarse para curarse, es decir, me mostró las limitaciones de nuestra voluntad como medicina. Tampoco comparto un sentir bastante extendido en contra de la medicina llamada despectivamente «convencional», sino todo lo contrario: creo que nunca como en las últimas décadas la medicina ha alcanzado éxitos tan enormes, que están prolongando la vida humana más allá de los límites que hasta hace no mucho se consideraban infranqueables. Y también está dando, a las personas que tienen la suerte de disponer de la medicina moderna, una mejor salud y una vida más sana, de la que han carecido todos los pueblos que seguían o que todavía siguen lo que hoy se conoce como medicinas tradicionales o naturales.
Pero que las medicinas sean necesarias no significa que no influya también el estado de ánimo, como también admite la propia Susan Sontag, y como ella misma demostró, al vivir más de treinta años después de que le diagnosticaran un cáncer incurable y le predijeran de seis meses a un año de vida. No porque Sontag se curase de manera mágica o milagrosa gracias a su buen ánimo, sino porque se negó a aceptar ese dictamen y cambió de médico. Buscó a otros doctores, que la sometieron a otros tratamientos en otros hospitales. Tenía la suerte de vivir en Estados Unidos y disponer de la mejor y más avanzada medicina en el tratamiento del cáncer. Sin embargo, finalmente murió por otro cáncer, a pesar de que, como cuenta su hijo, hasta el ultimo momento estuvo convencida de que volvería a sobrevivir.
También al paleontólogo Stephen Jay Gould le dijeron algo parecido, pero él consultó los datos y descubrió que en los extremos de la estadística había personas en su situación que habían vivido veinte años más, así que se dijo que él podía ser uno más de los que compensan la media por arriba. Vivió más o menos veinte años y murió a causa de un cáncer distinto.
Ahora bien, insisto en que toda la voluntad del mundo no basta por sí sola para curarse del cáncer. Tampoco la medicina moderna lo logra siempre, aunque año tras año mejora sus resultados, en gran parte gracias al diagnóstico precoz, y ya se atisba una curación casi total para muchos tipos de cáncer. Recientemente (2005) se ha hecho un descubrimiento importantísimo: el cáncer tiene células madre, por lo que no se puede reducir su explicación a un desbordamiento caótico de células.
En definitiva, aunque desde hace mucho tiempo se sabe que el estado de ánimo influye en la salud, muchas personas aplican mal las reglas de la lógica más elemental y afirman alegremente que el estado de salud sólo depende del estado de ánimo o que incluso es creado por el estado de ánimo, como hacen muchos libros de autoayuda y autocuración cuya lectura resulta indignante para cualquier persona informada, y muy peligrosa para quienes siguen esos métodos y desdeñan acudir a los médicos convencionales.
(Escrito desde mi lecho de enfermo, sin voz pero con ánimo optimista en un día de junio de 2004)
¿FIN?
2025: Desde hace bastantes años, ya lo psicosomático no juega el papel tan importante que llegó a tener en el diagnóstico.
NOTA: Erewhom es una novela utópica (o distópica) escrita por Samuel Butler en la que un viajero encuentra una civilización desconocida, tal vez descendiente de aquella misteriosa tribu perdida de Israel. En esa sociedad se encierra a los enfermos y se hospitaliza a los delincuentes. También han destruido las máquinas y son vegetarianos: en una época anterior, según cuentan al viajero, llegaron incluso a dejar de comer vegetales y vivir del aire y casi se extinguieron. A ese libro de Samuel Butler se debe el título de uno de mis antiguos blogs: Erewhom digital.
Breve investigación acerca del pesimismo y el optimismo /8 y fin
Las cosas están cambiando y ahora resulta que los optimistas están mejor informados que los pesimistas, algo que ya sabíamos quienes nos situábamos más cerca del optimismo que del pesimismo, precisamente porque estábamos mejor informados.
Cualquiera es libre de comentar las historias y consejos de la sabiduría o tradicional, pero es una pena que se conviertan en trivialidades y en verdades dichas con una boca muy abierta por el asombro. En mi opinión, hay que hacer precisamente lo contrario: que esas ideas se hagan más sugerentes, que se unan a otras con las que parecían no tener relación, que mantengan su carácter ambiguo y paradójico.
Recientes investigaciones parecen mostrar un resultado aún más asombroso del efecto placebo: en algunos casos funciona incluso si el paciente sabe que está tomando un placebo, es decir, incluso si sabe que es mentira que el medicamento sea efectivo.
Hola Luz, sí, sané de mi enfermedad, aunque lo conseguí siguiendo el método de Sontag, visitando a más médicos, en mi caso cambiando de uno a otro hospital (del Ramón y Cajal al Clínico). Creo, al contrario de lo que dices, que las ideas actuales sobre la enfermedad, sí ayudan a entender la naturaleza de la enfermedad, aunque, como es obvio, todavía queda mucho que aprender en el camino que va de una ciencia empírica (como siempre ha sido la medicina) a una ciencia casi deductiva), como están permitiendo algunos avances recientes, por ejemplo, la lectura del ADN y la investigación con células madre. Por otra parte, el llamado holismo no es ajeno a la medicina ni a la ciencia moderna, y no lo es ya desde Aristóteles (yo diría desde Demócrito incluso), pero mucho de lo que hoy en día se presenta como «holismo» es un intento de escapar a cualquier método de validación medianamente fiable o contrastable, vicio casi común a casi todas las llamadas medicinas alternativas. En cuanto a mi optimismo, sí, lo soy sin dudarlo, pero eso no significa que crea que el mundo o el ser humano sean estupendos: más bien pienso lo contrario. Para mí el optimismo es una manera de moverse por el mundo, digamos, pero no una teoría sobre la esencia del mundo. Estoy de acuerdo en lo de la influencia de la mente sobre el cuerpo, a mí me llena de asombro pensar en mover una mano y efectivamente moverla, por ejemplo. Eso sí, mi opinión es que la mente, sea eso lo que sea, es un producto del cuerpo, así que se podría decir en último término que el cuerpo actúa sobre el cuerpo. Vamos, que no creo en ningún tipo de dualismo inexplicado e inexplicable (Dios/ser humano, mente/cuerpo, espíritu/materia…) Saludos!
Hola Luz. Creo que casi todo lo que dices es correcto, que los científicos y la ciencia oficial se han equivocado a menudo y que la credulidad, eso que llamas fe, puede dar buenos resultados en ciertos casos. Las dos cosas son ciertas. La única diferencia importante es que en un caso (la ciencia oficial) es posible ir estableciendo métodos que sirvan para corregir los errores del pasado (lo que no evitará que se sigan cometiendo otros) y para examinar y juzgar a quienes cometan esos errores. Incluso para detectar esos errores. En el otro caso, sanadores, curanderos y demás, pueden seguir ejerciendo sus métodos durante milenios sin que sean jamás contrastados o examinados de manera mínimamente objetiva, aunque (por su acción o más a menudo por su inacción) hayan causado todo tipo de desastres sanitarios. También creo que es mejor, como dices, un trato más personal a los pacientes, aunque no creo que ello se deba tan sólo a diferencias en el método como a asuntos como la masificación y el dinero que se paga. Un sistema universal de salud es una de las grandes conquistas de la civilización, pero es obvio que precisa de mucho dinero, no ya para ser eficiente (que lo es y bastante, al menos en España y al menos hasta los últimos recortes del gobierno) sino para, además, ser amigable. Los tratamientos homeopáticos o las visitas a brujos y curanderos suelen pagarse bastante bien y es razonable que lo compensen con un poco más de dedicación junto a su palabrería habitual. En la Edad Media se curaban multitudes enteras por la imposición de manos de reyes y santos, o al menos eso se creía y se anunciaba aquí y allá. Supongo que al menos unos cuantos se curarían por mera sugestión o le darían menos importancia a sus dolores tras ser tocados por las manos santas de una reina. La mayoría seguiría igual, pero nadie les haría mucho caso. Ahora que ya confiamos muy poco en los reyes y reinas, sin embargo muchos siguen creyendo en sanadores, profetas, homeópatas y cualquier cosa que suene a oriental, alternativo, no-oficial, indígena o tribal. La verdad es que yo no creo en casi nada de eso y la mayor parte de las veces me doy cuenta del truco, pero personas como Steve Jobs, multimillonario y nacido en el país más poderoso de la tierra, prefieren recurrir a esas ideas aunque ello les cueste la vida (como le sucedió a él, según parece). ¿Hay que dejar que la gente siga creyendo y siga siendo engañada porque así se mantiene el efecto placebo? Pues no lo sé, sospecho que no. Por una parte porque el efecto placebo parece que funciona incluso cuando se sabe que es mentira; por otra parte, porque creo que la salud no es como un espectáculo de magia en el que nos lo pasamos bien con el prestidigitador a pesar de que sabemos que es un truco. Creo que es algo más serio y que muchas personas no sólo carecen de los medios para curarse, sino también de la información necesaria para saber que están siendo engañados. Por otra parte, la ciencia no cierra las puertas a nada, excepto a aquello que se niega, por medio de cualquier truco o ardid culturalista, a ser examinado. En eso consiste precisamente el método científico: con todas sus imperfecciones, es tan sólo el mejor medio conocido para poner a prueba nuestros prejuicios, nuestra subjetividad, nuestra credulidad y los métodos de muchos farsantes, y estafadores. Que hay farsantes en la ciencia, por supuesto, pero comparar un mundo de farsantes con un mundo en el que hay farsantes es como decir que la dictadura es tan buena como la democracia porque también en la democracia hay corruptos e injusticia (por supuesto, pero la dictadura es, en sí misma, pura corrupción e injusticia). La ciencia, por poner un ejemplo más que llamativo, acepta y tiene en cuenta que un medicamento compuesto literalmente de «nada» (o de una pastillita de azúcar) tiene efecto. Eso es mucho más revolucionario que la homeopatía, que habla de cantidades infinitesimales e indetectables, no de la pura nada. Pues bien, la ciencia acepta que la nada funciona en ciertos casos: es el efecto placebo. Tampoco está cerrada la ciencia a la posibilidad de que teorías controvertidas acaben formando parte de su corpus, como la acupuntura: simplemente dice que hoy por hoy no hay ningún dato que indique de manera medianamente convincente que la acupuntura funciona. Pero cada año se hacen nuevos experimentos, porque la acupuntura, al contrario que la homeopatía, al menos es contrastable de alguna manera. En realidad, casi todo es contrastable si hay causas y supuestos efectos, como una enfermedad y su curación, y quienes dicen lo contrario tan sólo recurren a maniobras de distracción y manipulación para montar una muralla en torno a sus fábulas. Lo malo no son ellos, yo siempre he sentido cierta simpatía por mí algunos farsantes y sinverguenzas (como Helena Blavatsky, Casanova o Gurdjieff), sino que haya tanta gente medianamente bien informada que, en vez de reírse de sus farsas, se las crea de manera acrítica.