La teoría de la relatividad de Urashima

Lee mi versión del cuento en: El pescador Urashima

En el cuento clásico japonés El pescador Urashima, su protagonista salva a una tortuga, que le invita a visitar el mundo de la reina de los mares. Ambos se sumergen y llegan a un palacio submarino de madreperla.

Urashima a lomos de la tortuga

 

 La tortuga resulta ser una hermosa muchacha, con la que Urashima se queda a vivir. Sin embargo, cuando transcurren tres años, el joven echa tanto de menos a su anciana madre que pide a la reina de los mares que le deje regresar a su hogar. La reina de los mares accede y le da una cajita «que le puede dar la felicidad», pero que «no debe abrir».

Urashima regresa a la superficie a lomos de la tortuga. Al llegar a su pueblo, le parece estar en un lugar desconocido. No conoce a nadie y las casas son diferentes, excepto el Templo del Dragón Rojo. Llega a su casa, que descubre abandonada. Busca a su madre por todas las habitaciones, no la encuentra. Pregunta a un vecino, el hombre le dice que no conoce a esa anciana, pero que sí sabe que hace muchísimos años vivió en esa casa un pescador llamado Urashima, que murió ahogado.

Es entonces cuando Urashima se da cuenta de que han pasado más de cien años desde el día en que se sumergió en el mar. Conserva la cajita que le dio la reina de los mares, la abre, un humo espeso se expande en el aire y al instante el pescador envejece y el pelo se le pone blanco. Ha descubierto que el tiempo en el mundo de la reina de los mares trascurre más lento que en el de los seres humanos.

urashima
Urashima descubre que todo ha cambiado

Aquí no sólo se trata de que junto a los dioses o los seres mágicos se pueda recuperar la juventud, como sucede en ese hermosísimo relato de Lampedusa llamado Ligea; tampoco se propone la paradoja de ser inmortal junto a los dioses, como el desgraciado Titonos, que vivió siglos junto a Eos, la aurora, pero que olvidó pedir la eterna juventud y se fue arrugando hasta convertirse en un bulto sin forma. No se trata tan sólo de eso, sino de la certeza de que el tiempo transcurre más lentamente en el mundo de los dioses.

Es algo que también sucede también en las aventuras del rey mono chino. Cuando Wu Kung, el rey mono, regresa junto a sus súbditos después de pasar un año en el mundo celeste, sus súbditos le dicen que ha tardado muchísimo. Él responde que sólo ha estado fuera un año, pero los revoltosos monos le corrigen: «Un año en el reino de los dioses es como cien años en el mundo de los mortales».

Parece, en definitiva, que habitar entre los dioses es semejante a viajar en una nave espacial a una velocidad cercana a la de la luz: el tiempo transcurre allí más lentamente. Eso nos recuerda la célebre paradoja de los gemelos de la teoría de la relatividad: un hermano se queda en la tierra y el otro viaja en una nave espacial que casi alcanza la velocidad de la luz. Al regresar a la Tierra, treinta años después, el gemelo astronauta, descubre que en la Tierra han trascurrido trescientos años. La física nos dice que esto no es una fábula.

Hay otros cuentos en los que sucede lo mismo que le sucede a Urashima , por ejemplo, El gobernador del sur, de Li Gonzuo. También me parece que sucede algo semejante en un relato galés del Mabinogion, además de en un relato del ciclo de Ossian inventado por James McPherson: Oisin.

Creo que este tema del transcurso relativista del tiempo en los cuentos, y en general la manera de considerar el transcurso del tiempo en la ficción que suele llamarse popular o tradicional, es muy interesante, como he intentado mostrar en mi ensayo El transcurso del tiempo en la ficción universal.

Otro aspecto interesante del cuento, lo que podríamos llamar un motivo mitológico o mitema, es el del regalo de los dioses que los humanos no deben abrir. Me refiero a la cajita de Urashima, que él abre, con lo que se convierte en un anciano. El ejemplo más conocido es sin duda la caja de Pandora, que Prometeo regala  a los seres humanos y que Pandora abre llevada por la curiosidad, lo que hace que todos los males contenidos en la caja escapen y asolen desde entonces el mundo. Otro, aunque bajo la forma de un fruto en un árbol, se encuentra en el paraíso imaginado por los judíos, es la manzana que muerde Eva. Casi siempre se trata de un obsequio de los dioses que podríamos llamar «regalo envenenado», una especie de prueba que se entrega con cierta mala intención, tal vez para descubrir si el humano es digno de lo que los dioses le han concedido. La lección de esos cuentos es que la curiosidad es peligrosa, pero también que debemos aceptar lo que los dioses nos den sin rechistar.

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