La mirada crítica y el poema Instantes

En varias ocasiones he hablado del poema Instantes, que se atribuye a Borges erróneamente. Lo transcribo aquí de nuevo:

Si pudiera vivir nuevamente mi vida.
En la próxima trataría de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido, de hecho
tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico.
Correría más riesgos, haría más viajes, contemplaría
más atardeceres, subiría más montañas, nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido, comería
más helados y menos habas, tendría más problemas
reales y menos imaginarios.
Yo fui una de esas personas que vivió sensata y profilácticamente
cada minuto de su vida; claro que tuve momentos de alegría.
Pero si pudiera volver atrás trataría de tener
solamente buenos momentos.
Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, sólo de momentos;
no te pierdas el ahora.
Yo era uno de esos que nunca iban a ninguna parte sin termómetro,
una bolsa de agua caliente, un paraguas y un paracaídas;
Si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar descalzo a principios
de la primavera y seguiría así hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita, contemplaría más amaneceres
y jugaría con más niños, si tuviera otra vez la vida por delante.
Pero ya tengo 85 años y sé que me estoy muriendo.

Aunque el poema se atribuyó y se sigue atribuyendo a Borges en muchos lugares, se ha desmentido una y otra vez que él lo escribiera. Al principio se pensó que lo había escrito Nadine Stair, pero finalmente quedó claró que lo había escrito, no como poema sino como prosa, un humorista llamado Don Herold.

El aspecto que  me parecen más interesante de toda la polémica en tornoa  Instantes es observar el cambio de opinión del lector según sea Borges o no el autor.

En primer lugar hay que decir que el poema gustó a muchos lectores que no eran aficionados a Borges, personas que raramente habían apreciado la poesía de Borges, por parecerles difícil de comprender. Instantes era un poema de Borges distinto, porque era un poema que se entendía muy fácilmente.

El narrador o la voz del poema, de manera sencilla, incluso simple, se lamenta de lo mal que ha vivido la vida y explica cómo la viviría si tuviera una segunda oportunidad. Algunos de sus versos parecían escritos incluso para aquellas personas a las que les gusta la poesía que suele llamarse cursi, y no es raro encontrar Instantes en páginas web con dibujos de aspecto infantil, con pierrots soñadores y muchachas de mejillas sonrosadas.

Instantes
Un ejemplo de página en la que aparece Instantes

Pero, ¿cómo reaccionaron los seguidores de la obra de Borges ante un poema tan poco borgiano? Lo cierto es que la mayoría no se dio cuenta de que era un poema poco borgiano.

¿Por qué?

Bueno, era un poema sencillo y simple, es verdad, pero ¿y si Borges lo escribió así a propósito? Su sencillez podría esconder una vitalidad semejante a la de las Hojas de Hierba de Walt Whitman, y se sabía que Borges había traducido a Whitman y lo admiraba. Por otra parte, el poema era una especie de refutación de la vida artificiosa, higiénica, distante, literaria. De esa vida que supuestamente había vivido Borges. Instantes era una llamada a la naturalidad y la sencillez, así que era del todo razonable que estuviese escrito de forma sencilla y directa.

Se podría añadir que a Borges siempre le habían gustado los navajeros, los compadritos, toda esa gente que vivía en los arrabales, aunque él viviera una vida «higiénica». Y también que Borges, en sus últimos años, ya ciego, pareció aplicar los consejos de Instantes: se le veía feliz recorriendo el mundo, conociendo a gentes nuevas, charlando aquí y allá. Se le veía sonreír e incluso reír a carcajadas junto a Maria Kodama. ¿Se estaba aplicando su propia receta de Instantes?

Así que podíamos admirar Instantes sin sentir remordimientos, parecía un poema simple… pero era de Borges. Sin embargo, el chasco llegó cuando alguien, tal vez María Kodama, dijo que el poema no era de Borges, y que él nunca habría podido escribir una cursilería semejante:

«Lo más notable es comprobar que esa misma gente que no aprueba la publicación de las tres obras mencionadas [El tamaño de mi esperanza, El idioma de los argentinos, Inquisiciones], frente al poema “Instantes” o “Momentos” de la escritora norteamericana Nadine Stair, atribuido falsamente —quiero creer que por ignorancia— a Borges, esa gente, repito, nada dijo ni del estilo ni del contenido de esos versos. Aunque resulte infantil el lenguaje empleado y totalmente contradictorio el mensaje transmitido por el poema, con respecto a los principios que Borges sustentó hasta el fin de su vida. Se llegó al horror de leer y enseñar en instituciones oficiales, y atribuyéndolo siempre a Borges, ese poema sin valor literario.»

[Tomado de <http://www.rompecadenas.com.ar/almeida.htm>]

La nueva conclusión era que Borges, como muccho, podría haber escrito:

Si pudiese volver a vivir otra vez mi vida
jamás escribiría «Instantes»

La revelación trajo dos consecuencias principales:

1) Los admiradores no borgianos de Instantes presentaron el poema de la siguiente manera: «Instantes ( ¿de Borges?)». Y tal vez alguno pensó: «Ya decía yo que era demasiado bonito para ser de Borges»

2) Los borgeanos declararon que ya les parecía a ellos que el poema no podía ser de Borges: «Ya decía yo que era demasiado bonito para ser de Borges».

La conclusión es que el poema, en cualquier caso, continúa en el panteón de lo bonito, pero ha caído del estante reservado a las grandes obras, en el que antes parecía haber entrado de la mano de su supuesto autor, Borges.

Cambios de opinión

Ante el cambio de actitud, podemos preguntarnos quiénes se han equivocado más. Por un lado, creo que los que admiraban el poema «aunque fuese de Borges», se han mostrado más coherentes y menos hipócritas. Les gustaba entonces, les sigue gustando ahora. Les gustan las cosas «bonitas».

Por el contrario, quienes apreciaban el poema porque era de Borges, ahora podrán asegurar que, en realidad, siempre lo supieron, pero es difícil creerles, porque ya se sabe lo engañosa que es la memoria a la hora de reconocer que nos hemos equivocado. En efecto, la facilidad para explicar las cosas una vez que han pasado o ya se conocen se llama en filosofía «Post hoc  ergo propter hoc» (Una vez sucedido algo, se demuestra que tenía que haber sucedido»). Este tipo de presunciones, en las que todo resulta evidente una vez que se sabe la respuesta, quedan desarmadas con datos tan chocantes como que el propio Borges admitió (o al menos no negó) que el poema lo había escrito él.

En efecto, ya he contado en otro lugar que en una ocasión Elena Poniatowska le leyó a Borges el poema Instantes y otro poema en el que se lamentaba también de la vida poco sencilla y vigorosa que había llevado y él dijo que sus sentimientos ya no eran los que había expresado en esas líneas. Sin embargo, Iván Almeida nos revela que lo más seguro es que Elena Poniatowska  se inventara el pasaje de la entrevista en el que recita a Borges los dos poemas. Así que Borges nunca escuchó recitar Instantes, ni lo consideró como suyo. Tampoco, al parecer, le recitó el otro poema:

  El remordimiento

He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan.

Mis padres me engendraron para el juego
humano de las noches y los días,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
la sombra de haber sido un desdichado.

Este poema suena más a Borges, aunque algunas líneas nos hace dudar, como la insólita: «Que los glaciares del olvido/me arrastren y me pierdan», que no desentonaría en lo que se suele llamar el estilo cursi o romántico. Sin embargo, no hay dudas de su autoría: lo publicó en el diario La Nación al día siguiente de la muerte de su madre. Hay que admitir que la idea esencial del poema es muy semejante a la de Instantes: el arrepentimiento por no haber sabido vivir la vida. El mensaje de este poema, que sí es de Borges, tampoco parece coincidir con «los principios que Borges sustentó hasta el fin de su vida», tal como los definía Kodama.

El primer error tal vez sea considerar que Borges sólo fue capaz de sostener un único conjunto de principios (sea eso lo que sea) a lo largo de su larga vida. Como decía Groucho Marx: «Estos son mis principios, pero, si no le gstsan, tengo otros»

Recientemente se ha publicado una exhaustiva biografía de Borges, en la que, al parecer, se rechaza la imagen habitual de Borges, que lo presenta como un hombre frío y artificioso (imagen en la que yo nunca he creído verosímil). Tal vez en ese libro se aclare el misterio de Instantes. ¿Y si ahora resultase que Borges sí es el autor o versionador del poema? ¿Tendríamos que volver a cambiar de opinión?

Ahora bien, sea quien sea el autor del poema, lo interesante es cómo nuestra percepción del arte varía en función de nuestras expectativas, de nuestras ideas previas y de nuestros prejuicios. Nadie es inmune a eso, aunque a todos nos gusta presumir de neutralidad y objetividad.

En el siglo XIX toda Europa quedó conmovida por los poemas del bardo escocés Ossian, recopilados por el folklorista McPherson. Se tradujeron a las principales lenguas, incluido el español, y se sucedieron los elogios a esta antigua poesía rescatada del olvido, que muchos compararon con las grandes obras clásicas. Goethe dijo que prefería Ossian a Homero.

Al cabo de los años, McPherson fue incapaz de mostrar el origen de esos cantos y se acabó concluyendo que los había escrito él. De la noche a la mañana, McPherson perdió todo su crédito y los poemas de Ossian pasaron a ser considerados una vulgar imitación de los clásicos. Los expertos, por supuesto, dijeron que ya les parecía ellos que…

La conclusión de todo esto no es que los expertos sean fácilmente engañables. Eso no me parece grave, a todos se nos puede engañar fácilmente: cuando Bioy Casares leyó la referencia que hace Borges a El acercamiento de Almotásin, encargó el libro a una librería inglesa, pero el libro había sido inventado por Borges. También un lector de mi Museo de los Mundos Posibles ha buscado en vano la copia exacta que hizo Picasso de su cuadro Las señoritas de Avignon (ver Picasso y los indiscernibles)

Esto no son muestras de simpleza por parte de Bioy Casares o de mi lector, sino de ingenio fabulador por parte de Borges o de mí mismo. El libro imaginado por Borges y la copia del cuadro de Picasso no existieron, pero tal vez deberían haber existido y, en cierto modo existen, porque su interés no se limita a la broma o engaño.

También existe, en estos dos ejemplos, una disposición al juego y a la investigación por parte de quienes buscaron el libro y el cuadro que resulta más interesante que la actitud de aquellos que, no queriendo ser engañados, piensan que alguien tan extravagante como Ireneo no puede haber existido nunca, sino que es una invención de Borges. Pues resulta que esta vez no es una invención, que Ireneo sí existió.

Lo absurdo es que una obra que sin duda tiene virtudes, como los poemas de Ossian, se caiga del estante de la gran literatura y ya no interese a nadie, tan sólo porque en la portada del libro no aparece «Ossian» como autor, sino «McPherson».

Por el contrario, si nos ponen delante un verso escrito por algún oscuro poeta de la época isabelina y nos dicen que es de Shakespeare, es casi seguro que encontraremos más cosas interesantes que si nos dicen quién es su verdadero autor.

La única lección relevante de todo este asunto, tal vez sea que es muy fácil equivocarnos cuando nos dejamos llevar por nuestra intuición, por lo que Kahneman llama el sistema 1, es decir el razonamiento no reflexivo, que es casi siempre guiado por los prejuicios. Contaré una anécdota personal.

Cuando yo era director de un programa de televisión, teníamos a un guionista que construía historias demasiado enrevesadas, difíciles de rodar, con la trama mal construida, así que llegamos al acuerdo de que yo le mandaría siempre una sinopsis o argumento detallado para que la historia se desarrollara de manera coherente. Un día, sin embargo, le envié una sinopsis detallada, pero él me envío el guión antes de recibirla: nuestros mensajes se cruzaron. Alguien del equipo me trajo el guión y me dijo: «¿Se lo reenviamos y le decimos que lo escriba siguiendo la sinopsis, como siempre, ¿verdad? «. Respondí que no, que antes de reenviarselo primero leería el guión, intentando olvidar la opinión que tenía de los anteriores guiones. Lo leí, me gustó y no fue necesario reescribirlo. Pero lo más normal habría sido dejarme llevar por mi intuición, que me decía poderosamente que el guión necesitaría ser reescrito.

Al enfrentarse a una obra de arte (me atrvería a decir que al enfrentarse a casi cualquier cosa), quizá sea bueno mezclar dos consejos: el de los escépticos, que decían que hay que poner en suspenso el juicio, y el de Oscar Wilde que recomendaba entregarse absolutamente a la obra de arte. Sólo así se puede lograr que ciertas cosas inesperadas atraviesen los filtros y compuertas de nuestra sensibilidad.

Más que buscar con mil ojos el posible fraude para evitar ser engañado, quizá sea preferible aplicar aquello de que arte es aquello que se mira con interés, y pecar antes de ingenuidad que de agudeza crítica. Conviene recordar el refrán que menciona Casanova en sus Memorias: «En una posada española tienes lo que llevas». Si actuamos así, a menudo encontraremos algo que no ha puesto allí el autor y quizá no será difícil encontrar rastros de Shakespeare en obras de Fletcher, incluso en las obras en las que no colaboraron.

Por un lado, hermosa paradoja, olvidar lo que sabemos para vencer nuestros prejuicios y expectativas, por el otro no olvidar nada y ponerlo al servicio de nuestra atención y del placer, esperar encontrar, en definitiva, más de lo que realmente podemos obtener.

Me parece mucho más interesante equivocarse y disfrutar un poco más que no equivocarse nunca y limitar nuestros estímulos a lo ya admitido como sublime o interesante. Cito un fragmento de Musil en el que muestra lo interesante que es encontrar algo bueno en lo supuestamente malo:

«Hace patente más genio encomiar una obra de arte de mediana calidad que una excelente. Al ser humano la belleza y la verdad le saltan a la vista en primerísima instancia; y así como las frases más sublimes son las más fáciles de entender (sólo lo minucioso es de comprensión ardua), igualmente lo bello gusta fácilmente; únicamente el disfrute de lo defectuoso y amanerado requiere esfuerzo. Una obra de arte lograda contiene lo bello con tanta pureza, que resulta la evidencia misma para cualquiera que esté en su sano juicio; en la medianía, por el contrario, está lo bello mezclado con tantos elementos casuales o incluso contradictorios, que para purificarlo de ellos hace falta un discernimiento mucho más penetrante, una sensibilidad más fina y una imaginación más vivaz y experimentada; en una palabra, más genio. (…) Cuán conmovedora es la invención en más de un poema: sólo que tan desfigurada por el lenguaje, las imágenes y los giros lingüísticos, que suele ser menester un sensorio infalible para descubrirla. (…) Por tanto, quien alaba a Schiller y Goethe no me prueba con ello, como cree, su extraordinaria y refinada sensibilidad para la belleza; pero a quien aquí y allá le complacen Gellert y Cronegk, ése —aunque solamente acierte en una de sus afirmaciones— me hace intuir que posee inteligencia y sensibilidad —y por cierto que ambas en rara medida. (Robert Musil, «Un principio de la más excelsa crítica, en Escritos póstumos publicados en vida, 75s)

Es lo mismo que decía Borges citando a Plinio: «Incluso el libro más malo puede ser salvado por una línea».

Inconclusión

Si tu opinión acerca del poema Instantes, ha oscilado levemente al leer los argumentos  a favor y en contra de la autoría de Borges, te sucede lo que a mí, y lo que a cualquier persona razonable: nuestra atención hacia una obra y nuestra percepción de la belleza o de lo interesante es influida por conceptos ajenos a la obra misma. La honestidad no consiste en negar tales influencias y en jurar y perjurar que somos neutrales y objetivos, sino en ser consciente de esas influencias e intentar conseguir que quizá condicionen, pero que no determinen nuestro juicio. La lectura de Instantes revela que como poema es bastante mediocre, si creemos, como Verlaine y el propio Botrges que la poesía está tan o más cerca de la música que de la literatura, pero su lectura como texto en prosa, tal como fue concebido por el humorista Don Herold, no es ni mucho menos tan detestable como algunos han llegado a decir. Aunque creo que nunca he creído que Instantes fuera de Borges, desde mi propio punto de vista personal, diré que me gusta más ser influido para apreciar algo que para detestarlo.

 

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 [Publicado por primera ve en Anacrónico, en 2007]


JORGE LUIS BORGES

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5 Comments

  • Sadrac

    Que buen articulo. Debo confesar, que yo también apreciaba el poema antes de enterarme que en realidad no fue escrito por Borges. Sin embargo, ahora quiero hacer como tu dices: «ser influido para apreciar algo que para detestarlo.» Excelente blog por cierto. Un saludo desde Ciudad de Guatemala.

  • P L Pereira

    Yo defiendo el lenguaje simple, creo que lo bello no reside exactamente en lo complicado o en lo difícil. Acaso sería una flor del campo que crece salvaje en la montaña menos bella que una rosa? Pues bien, a mí siempre me ha gustado el poema por lo que ha logrado transmitir independiente de las técnicas empleadas para hacerlo de ello un obra prima. Jamás me ha gustado tan solo por saber que se trataba de un poema de Borges, sin embargo, ante toda la polémica quisiera decir que no hay leyenda que no esté rodeada de algún misterio o duda. Y no hay dudas de que Borges ha sido una leyenda. Saludos desde Brasil…

  • Ricardo

    La aseveracion más conocida de que el poema Instantes no es de J. L. Borges es de M. Kodama, cuando dijo «jamás Borges podría escribir algo tan cursi…». Ocurre que el genio de Borges, si podría haberlo escrito. Creo que tambien ocurre que M. Kodama en su esquema mental no quiere que el poema sea de Borges.

  • Boris Angel

    Qué buen comentario reflexivo, siempre tuve mis dudas, del autor de Instantes. Pero suponía que Borges había caído preso de cierta melancolía y arrepentimiento por lo dejado de hacer por estar habitado esencialmente por lo Apolíneo, y que en sus últimos años su estilo podía haber decantado brevemente en ese manifiesto cursi y antiborgiano.

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