Koba el temible

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Koba el temible, de Martin Amis es un ensayo, no una novela. Hay quien dice que no es exactamente un ensayo, porque mezcla información acerca de la Unión Soviética de Stalin con referencias autobiográficas. Pero eso es precisamente lo que es un ensayo, al menos desde que Montaigne escribió sus célebres Ensayos, en los que habla de sí mismo tanto o más que de cualquier otra cosa.

El libro de Stephen Jay Gould La estructura de la evolución, que se considera más un tratado que un ensayo, es también un ensayo en el sentido descrito más arriba, pues a menudo Jay Gould cuenta anécdotas de su vida y explica las razones, a menudo personales y subjetivas, que le llevaron a adoptar una u otra teoría.

«Como comentario final, si en esta sección he viciado las normas del discurso científico (al menos en nuestro mundo contemporáneo, aunque no en la época de Darwin) por la libertad que me he tomado de explicar motivos, errores y correcciones personales, al menos he mostrado cómo todos avanzamos a tientas hacia arriba desde la estupidez inicial, y cómo nunca seremos capaces de escalar sin la ayuda y la colaboración de innumerables colegas, todos comprometidos en la empresa socialmente intensa llamada ciencia moderna.»

Los científicos que son conscientes de la subjetividad que nos mueve en cualquier investigación son, no sólo más honestos, sino también más fiables que quienes fingen haber llegado a sus teorías sólo por razones objetivas.

Ahora bien, una cosa es llegar a una teoría por razones personales y otra muy distinta adoptar una teoría sólo por razones personales. Una vez adoptada la teoría, conviene contrastarla y examinar si debemos mantenerla, ya no sólo por las razones subjetivas que nos han conducido a ella.

Al gran científico y astrónomo Kepler se le reprochaba que buscara la explicación del movimiento de los planetas recurriendo a figuras mágicas o caprichosas, por ejemplo, los cinco sólidos platónicos. Es cierto que Kepler iniciaba la investigación a partir de hipótesis más o menos extravagantes, pero una vez desarrollada la teoría, la comparaba con lo observado. De este modo fue rechazando figuras geométricas hasta que dio con la elipse, verdadera herejía en un mundo celeste, que debía regirse por figuras perfectas. Es tentador, por otra parte, encontrar en esta herejía, que junto al heliocentrismo acabaría haciendo caer el cielo de la Iglesia, la venganza de Kepler por intento de asesinato de su madre en las hogueras de la Inquisición.

Martin Amis
Martin Amis

En cuanto al libro de Amis, se le pueden encontrar todos los errores de forma o contenido que se quiera, pero en general me parece excelente. El tema es Koba el temible, es decir Stalin y la Unión Soviética construída por Lenin y el comunismo.

El subtítulo del libro es «La risa de los veinte millones». Veinte millones es el número de personas que se supone mataron Lenin y Stalin. Al parecer, se trata de una cifra optimista. Resulta difícil comprobar la cifra exacta, puesto que la información no resultaba accesible hasta hace bien poco y los archivos de la antigua Unión Soviética se van abriendo a los investigadores con cuentagotas. No no se debe olvidar que en Rusia siguen hoy mandando casi los mismos, puesto que el presidente Putin pertenecía ni más ni menos que al KGB, el servicio secreto. Seguramente parte de los archivos fueron destruidos por los sucesores de Jruschev, que fue quien denunció por primera vez, desde el poder de la Unión Soviética, los crímenes de Stalin, a pesar de haber sido él mismo colaborador en algunos de esos crímenes. Resulta difícil creer que cada nuevo gobernante comunista: Jruschev, Breznev, Chernenko, Andropov, Gorbachov, Yeltsin, Putin, no se haya ocupado de destruir lo que pudiera comprometerle. Por otro lado, de muchas de las peores cosas que se hicieron, es seguro que no quedó constancia ni testimonio. Aunque resulte asombroso, en algunos casos se sabe que en algún momento se ejecutó a muchas personas en un lugar concreto y en un momento preciso, pero no se sabe a quiénes ni por qué. Sin embargo, con lo queda y se sabe a ciencia cierta, es más que suficiente para sospechar que fueron más de veinte millones de muertos lo que se causó el comunismo ruso.

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Una de las representaciones más repetidas de Stalin era como el «Padrecito» y amigo de los niños. Así se acostumbraron a verlo y considerarlo en la Unión Soviética, pero también en otros países con acceso a mejor información

Amis cuenta que su padre fue estalinista durante quince años (de 1941 a 1956), pero que después cambió de bando y se hizo anticomunista. De este modo introduce Martin Amis un asunto realmente complejo y terrible: ¿cómo pudieron durante décadas los intelectuales de izquierda apoyar a la Unión Soviética?

Hay pocas respuestas a esto, o al menos pocas respuestas buenas y convincentes. Se puede explicar ese comportamiento, sí, pero me temo que resulta muy difícil o imposible justificarlo.

Por fortuna, las cosas están cambiando: hace veinte años cualquiera que dijera que el régimen de la Unión Soviética se había construido sobre millones de muertos era tachado poco menos que de fascista. Precisamente, así calificaban a Kingsley Amis cuando se hizo anticomunista. Era un orgullo ser antifascista pero vergonzoso ser anticomunista, en un mundo en el que los estados comunistas igualaron o superaron el terror de los fascistas.

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La caída de Stalin durante la revolución húngara de 1956, enseguida reprimida violentamente por los tanques rusos. El acontecimiento hizo que algunos cambiaran su opinión acerca de Stalin.

El libro de Martin Amis ha sido muy polémico en Gran Bretaña, porque cita a compañeros suyos y colegas novelistas y periodistas, que se han sentido ofendidos por ser aludidos como cómplices, al menos con su silencio, de los crímenes de Stalin. Sin embargo, en lo que se refiere a la esencia de lo que en Koba el temible cuenta, los veinte millones de muertos,  nadie, que yo sepa,ha dicho en ningún momento que sea mentira, lo que es una muy buena señal de que, en efecto, los tiempos están cambiando. De todos modos, es cierto que sigue habiendo mucha ignorancia y que es raro encontrar, al menos entre la izquierda, una repulsión sincera y espontánea, sino que casi siempre lo que se ve es algo así como una rendición resignada ante algo que ya nadie puede negar.

Ahora ya son pocos, casi ninguno, quienes se atreven a poner en duda el horror, y aunque es frecuente encontrar errores de apreciación al juzgar el régimen soviético, sus autores suelen rectificar si alguien protesta y le señala los datos. Esta es para mí uan pequeña satisfacción en un asunto que  me ha causado muchas frustraciones y mucha tristeza desde la adolescencia, cuando comencé a darme cuenta de las dimensiones del horror y la indiferencia de muchos amigos y conocidos ante aquello.

 

[Publicado en 2004]

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