El lector ideal

En realidad, escribo para mí mismo y posiblemente soy mi mejor lector, porque soy muy benevolente con mis propios defectos. Como decía nosequién a quien cita Ana Aranda: “Somos muy pacientes con nuestra propia estupidez”.

Bueno, es cierto que tengo un lector ideal en mente que es una mezcla de muchas de las personas que conozco, a menudo una de ellas para un asunto concreto: no cito a nadie por eso de los olvidos injustos, pero ellos ya saben que me refiero a ellos. Es cierto que saber que ellos te leen influye, no se puede evitar. Del mismo modo, saber que otros NO te leen influye en que no piense en ellos al escribir aquí: es como hablar con una pared. Como dice la canción de Françoise Hardy: “Yo soy tu ruido fondo y tú eres mi muro de enfrente”.

También tengo un lector imaginario que es mi amigo Jesús Arauzo, al que sí puedo mencionar porque está muerto. Igual que unos son fieles a su patria, a su familia, a sus amantes o a su infancia como Truffaut, yo intento ser fiel a Jesús, o a mi reflejo tal como lo recuerdo en los mirada de Jesús. Quienes hayan leído mi Elogio de la infidelidad ya saben que no creo en la fidelidad. O quizá debería decir que la única manera positiva en la que puedo entender la fidelidad es como un lugar hacia el que me gusta caminar o en el que me gusta seguir caminando, no como una idea que me obliga a seguirla o que sigo por tozudez o juramento.

En fin, el lector imaginario para mí no es alguien a quien quiero o a quien admiro, ni un experto, ni una persona culta e inteligente, ni nada por el estilo (aunque tampoco los rechazo). Mi lector ideal es un adolescente inquieto o inquieta, curioso, con muchas ganas de conocer cosas nuevas y tener nuevas experiencias, de probarlo todo y conocerlo todo, que absorbe de aquí y de allá ideas y emociones, al que todavía no condicionan en exceso los prejuicios, las normas: quizá los tiene, pero está dispuesto a abandonarlos o a ponerlos en suspenso a cambio de un placer desconocido. Alguien que habla sin avergonzarse de lo que le gusta, sin temor a que le tomen por idiota o por pedante, que imita lo que le gusta sin temor a parecer un plagiario y que hace las cosas por mil razones y objetivos pero siempre, antes que nada, porque le gusta hacerlas.

Este es, más o menos, mi lector ideal. Hace años me di cuenta de que siempre que escribo pienso también de alguna manera en él.

27 de mayo de 2004

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