El fenómeno fan en economía
Contra el juicio instantáneo 3.
Después de hablar de los problemas del juicio automático en ¿Somos cebras o termostatos? y del automatismo político en Animales políticos, en esta ocasión seré un poco más breve, porque mucho de lo que dije acerca de la política es también aplicable a la economía.
En los últimos tiempos, los españoles (y supongo que también los griegos, los portugueses, los alemanes y los italianos) nos hemos convertido en verdaderos expertos en economía. Se trata de un área del conocimiento que hasta poco antes de la crisis nos aburría, porque nos resultaba tediosa y casi arcana, pero que ahora parece ser un terreno de discusión accesible a cualquiera y en el que se puede no solo opinar con soltura, sino también pontificar y afirmar con plena seguridad cualquier cosa imaginable. No solo los periódicos, las tertulias de radio y televisión, sino también los bares, las cafeterías y en especial internet y las redes sociales, rebosan de economistas, algunos profesionales; el resto, recién llegados que compensan su falta de conocimiento con un entusiasmo y seguridad en sí mismos dignos de mejores causas.
Sospecho que la mayoría de los que creen tener respuestas económicas para todo ignoran cuál es el estatus científico que los filósofos de la ciencia conceden a la economía en su aspecto predictivo: consideran que se halla bastante cerca de la astrología, el tarot o la lectura de hígados de palomas, es decir, su valor predictivo es cercano a cero. O, mejor dicho, puede alcanzar un valor cercano al 50% si se trata de elegir entre dos respuestas opuestas: ¿mejorará la economía o no mejorará la economía?, ¿bajará el paro o no bajará el paro?, ¿saldra cara o saldrá cruz si lanzo una moneda?. Es célebre el experimento que hizo durante varios meses un periódico de Estados Unidos , al ofrecer en paralelo la predicción de varios expertos económicos y la de un grupo de indocumentados que cada día tiraban los dados para ver si las acciones de cada empresa subirían o bajarían. El grado de acierto de unos y otros fue muy bajo, pero lo interesante es que ese grado de acierto fue casi idéntico para los expertos económicos y para los farsantes.
A pesar de todo lo anterior, hoy en día, al menos en España, todo el mundo parece tener claro cómo salir de la crisis y qué medidas hay que tomar, qué debe hacer Alemania y el Banco Central y qué debería hacer Grecia. No niego que en ocasiones se encuentran opiniones mesuradas y complejas, que muestran que alguien se ha tomado la molestia de analizar la situación y que, en consecuencia, ofrece un análisis discutible, como lo es inevitablemente cualquier opinión en el terreno económico, pero lo habitual es encontrar, en vez de opiniones y análisis, pronunciamientos categóricos. Y lo que es peor, esos pronunciamientos se producen a diario.
Grandes ídolos se construyen y se derriban de un día para otro, Krugman, Stiglitz, Varoufakis, que sirven para defender cualquier caso o hipótesis imaginable. Un ejemplo curioso es el de Paul Krugman, que ha servido para defender el keynesianismo, es decir el liberalismo, pero también la socialdemocracia, pero también para la intervención masiva del estado poniendo a fabricar la máquina de hacer billetes, pero también para recomendar medidas como la moneda de un millón de dólares, pero también para criticar la burbuja inmobiliaria que trajo esta crisis, pero también para recomendar la creación de burbujas inmobiliarias, algo que, en efecto, él mismo defendió explícitamente antes de que la crisis estallara, añadiendo que eran beneficiosas para la economía.
Quizá tenga que aclarar de nuevo que no es mi intención aquí discutir si Krugman o cualquier otro economista tiene razón o si sus argumentos son buenos, malos o regulares. Lo menciono a él por ser uno de los que tiene más fans o seguidores entusiastas, y también más detractores enfurecidos. Podemos llegar a plantearnos y discutir si es bueno imprimir la moneda de un millón de dólares o crear una nueva burbuja de deuda (ahora no inmobiliaria y privada, sino pública), o si la burbuja inmobiliaria fue o puede ser positiva, o si Grecia debe pagar o no pagar la deuda para así poder contraer nuevas deudas. Quizá llegaríamos a interesantes conclusiones a favor o en contra de cada una de estas ideas. Yo mismo, como otro de esos economistas de ocasión, he reflexionado acerca de algunos de esos asuntos y creo haber aprendido algunas cosas interesantes. El problema es que todo ese conocimiento económico del que hacemos gala a diario es solo para aparentar, para indignarse o para pontificar. A casi nadie le interesa plantearse esas u otras cuestiones con el objetivo de buscar con honestidad la verdad económica, que, como ya he dicho, es una verdad muy frágil. Lo que interesa, al acudir a Stiglitz, Varufakis, Krugman, José Carlos Díaz o cualquier otro es, simplemente, emplear lo que en la Edad Media se llamaba Argumento de Autoridad: recurrir a alguien, de preferencia un premio Nobel, que diga en un momento dado algo que coincide con lo que dicen los nuestros o con lo que pensamos nosotros.
Para terminar, insisto, como hice en el capítulo anterior, en que aquí también hace falta un poco más de reflexión, de pensar despacio. No viene mal recordar que el psicólogo Daniel Kahneman ganó el premio Nobel de economía porque analizó las malas decisiones económicas que llevamos a cabo llevados por nuestros sesgos cognitivos, que nos hacen ver tan solo lo que coincide con nuestros intereses, gustos, preferencias, prejuicios, manías o ideologías. Tiempo después de recibir el Nobel, Kahneman escribió un magnífico libro llamado Pensar rápido, pensar despacio, donde recomienda, como hago yo aquí, siguiéndole a él, pensar despacio. Desactivar, en definitiva, la metralleta de la opinión instantánea.
Termino con una observación que hace Nassim Nicholas Taleb en El cisne negro: quienes creen estar mejor informados porque consultan a diario las cotizaciones de bolsa, en realidad están menos informados, porque viven sometidos a un vaivén de opiniones cambiante y frenético, de subidas y bajadas, de angustias y alegrías repentinas, que les convierte en incapaces de contemplar con distancia el fenómeno económico. No se aprende nada viendo el cambio diario de la bolsa, como no se ve nada si situamos el objeto de nuestra atención pegado a nuestro ojo: hay que mantener cierta distancia para enfocar.
Tampoco se aprende nada, ni se piensa mejor, si cada día manifestamos nuestra opinión instantánea acerca de cada nuevo acontecimiento político o económico. Deberíamos concedernos un poco de distancia y perspectiva y no sentirnos obligados a manifestar continuamente juicios de valor que, además de ser equivocados casi siempre, condicionan nuestra manera de pensar y acaban por obligarnos a defender cosas que ni siquiera nos gustan, o a combatir otras que hasta hace unos días nos gustaban. Pensar que en economía las soluciones son evidentes es una verdadera insensatez, por lo que deberíamos ser más prudentes, ya que casi todos los análisis económicos que se escuchan en las tertulias o se leen en internet y las redes sociales no son otra cosa que explicaciones a partir de lo que ya ha sucedido. Una vez que ha pasado algo, la demostración de que tenía que pasar siempre parece evidente: post hoc, ergo propter hoc (Una vez que algo ha sucedido se explica con facilidad por qué ha sucedido).
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[Escrito en la Escuela de cine de San Antonio de los baños (Cuba), en febrero-marzo de 2015]
CONTRA EL JUICIO INSTANTÁNEO
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