Dios es una fuerte atadura que me retiene en este mundo contra mi voluntad. Los balcones de hierro negro se me aparecen como cárceles para las almas abandonadas. Olvidadas por Él, que todo lo ignora. Mis manos repiten gestos, el calor de la media tarde invade la habitación.
Parece un fragmento de cuento, probablemente de «Horas lentas en la ciudad del miedo»