Cuando Jerjes conquistó el Imperio austrohúngaro

Me gustaría hablar de una paradoja que he encontrado en diversas culturas y momentos históricos: se trata de una dicotomía imposible, un callejón sin salida, o con una salida inesperada.

En mi Cuaderno austrohúngaro conté una versión moderna:

«Otra de estas dualidades austrohúngaras, que cuenta en esta ocasión Paul Watzlawick, era curiosísima: al soldado o mando que desobedecía a sus superiores se le condenaba a un tribunal militar y probablemente a la pena de muerte, pero la mayor condecoración del imperio, la orden de María Teresa, se concedía a aquellos oficiales que hubieran obtenido una victoria al cambiar el curso de una batalla desobedeciendo las órdenes de sus superiores.»

Ante este ejemplo, uno no sabe si se encuentra ante pensamiento alternante que ofrece dos únicas posibilidades («O esto o lo otro«), o más bien ante pensamiento no alternante («Siempre existe una tercera posibilidad»).

Por un lado, el militar que podía ganar la orden de María Teresa, no se enfrentaba a un clásico dilema alternante con dos opciones claras entre las que elegir, como:

Obedecer a mis superiores y perder la batalla.

Desobedecer a mis superiores y ganar la batalla.

Porque el planteamiento es más complejo:

Desobedecer a mis superiores… 

a) y ser sentenciado a muerte por desobedecer las órdenes…

b) o ganar la orden de María Teresa.

Es decir, que siempre que los cálculos militares fueran correctos, y el oficial desobediente no perdiese la batalla, el posible resultado de sus acciones se presentaría demasiado complejo. Tentador y terrible al mismo tiempo.

Si su deseo de fama fuese superior a su apego a la vida, podría decidir desobedecer a sus mandos, pero si lo que prefiriese fuese seguir viviendo, entonces, ¿qué debería elegir?

Tanto si obedecer como  si desobedece, las probabilidades de morir  son muchas: si la batalla parece perdida y no desobedece, puede morir en la batalla. Si, por el contrario, decide desobedecer, puede que entonces: gane la batalla y la orden de María Teresa, o que pierda la batalla y la vida, ya sea en la batalla o sentenciado a muerte por su desobediencia, en caso de que sobreviviera pero se perdiera la batalla. 

Parece que no existen más alternativas, pero, precisamente lo que muestra el pensamiento noALT, o no alternante, es que en la vida práctica sí existen, casi siempre, otras alternativas diferentes al par de opciones enfrentadas. Por ejemplo, obedecer… pero lograr sobrevivir, por ejemplo: convertirse en desertor y sobrevivir en el terreno enemigo.

Ahora bien, si pensamos en el traidor que entregó a Roma a Viriato, descubrimos que suceden imprevistos en situaciones en las que la alternativa parece muy clara:

Si traicionas a Viriato y lo entregas a los romanos…

                  …serás rico en Roma (si no eres descubierto)

                 …o morirás a manos de Viriato (si eres descubierto)

La alternativa imprevista a este par de opuestos resulta ser:

«Si traicionas a Viriato (y no eres descubierto) morirás… pero a manos de Roma», porque «Roma no paga a los traidores».

Viriato

Viriato, muerto, tras la traición. A pesar de su victoria, Roma no recompensó al traidor, sino que lo mató.

Herodoto cuenta en su Historia un ejemplo parecido al de la Orden de María Teresa.

Cuando Jerjes regresó a Asia Menor después de su derrota en la batalla de Salamina, una tormenta le sorprendió en Eion (Tracia):

«Jerjes llamó al capitán y le preguntó cómo podrían salvarse. Aquél le contestó que el buque estaba sobrecargado de gente y debía ser aligerado si se quería evitar el naufragio. Jerjes pregunta a los nobles persas que le acompañaban si eran capaces de demostrarle la estima en que tenían la vida del Rey. Para demostrársela se arrojaron al mar y se ahogaron. Al llegar a Asia Menor, Jerjes honró primeramente al capitán con una corona porque le salvó la vida; pero luego lo decapitó por haber causado la muerte a tantos nobles persas.»

Como en el ejemplo de la condecoración austriaca, se trata de una situación en la que no está muy claro si Jerjes demuestra ser un monarca coherente o un déspota caprichoso.

La obsesión por llevar la lógica a su extremo es probablemente una definición del pensamiento alternante, puesto que quienes piensan así sólo aceptan dicotomías absolutas:

«Si por tu causa han muerto mis nobles… debo matarte».

Esa manera de pensar es incapaz de tener en cuenta el dato presente, la situación real:

«Has matado a mis nobles, pero me has salvado la vida, que es lo que te pedí». 

Seguramente tan importante es aceptar seguir las reglas de un juego, como estar dispuesto a cambiar esas reglas si la realidad nos muestra algo imprevisto o contradictorio con dichas reglas.

Herodoto, por cierto, nos ofrece otro ejemplo persa, en el que se sigue la misma ley inflexible, a pesar de que, en este caso, nadie había salido perjudicado. El rey persa Cambises, furioso con el rey lidio Creso, ordenó que lo mataran. Pero sus servidores, que conocían el variable carácter de su amo, escondieron a Creso:

«No pasó, en efecto, mucho tiempo sin que Cambises deseara de nuevo la compañía y gracia de Creso; lo saben los familiares, y le dan alegres la nueva de que tenían vivo a Creso todavía. «Mucho me alegro, dijo Cambises al oírlo, de la vida y salud de mi buen Creso; pero vosotros que me lo habéis conservado vivo no os alegraréis por ello, pues pagaréis con la muerte la vida que le habéis dado.» Y como lo dijo lo ejecutó.» (Herodoto, Historia)

Una tercera anécdota nos hace dudar de si lo que mueve a los persas es la rigidez del sometimiento a la ley o el apego a la dignidad inviolable del soberano. En este nuevo ejemplo el resultado es favorable para el rey persa Jerjes. Paso a contarlo.

Como se puede ver en la película 300, el rey Jerjes envió dos embajadores a los espartanos para exigirles que se sometieran a su imperio. Por toda respuesta, los espartanos mataron a los embajadores arrojándolos a un pozo.

ESpartanos y persas

Tiempo después, los espartanos se arrepintieron de lo que habían hecho, tal vez no por haber violado el derecho internacional, sino porque su acto ofendía a lo dioses. Así que eligieron a dos de entre los más nobles de Esparta, Espertias y Bulis, y los enviaron a la corte de Jerjes. Su misión consistía en dejarse matar por el rey persa para compensar el asesinato anterior.

Cuando estuvieron ante Jerjes, y después de mostrarse insolentes al no arrodillarse  ante él, se dispusieron a ser ejecutados.

Jerjes les miró y ordenó que los dejaran marchar: era cierto que los espartanos habían cometido un pecado y ofendido las reglas aceptadas por cualquier cultura civilizada, pero él, como rey de los persas, no cometería el mismo error, porque el rey de los persas respetaba las leyes, no se manchaba las manos con un crimen impío y, además, no tenía la intención de librar a los espartanos de sus remordimientos por haber sido capaces de cometer un acto tan bárbaro al matar a sus embajadores.   


 [Publicado por primera vez en 2008 o 2009]

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