Un comienzo accidentado

Cuaderno del Mayab (México)

Cuando llegué al Aeropuerto de Cancún el 8 de diciembre de 1995, estaba un poco preocupado porque no tenía hotel y ya era de noche. Además, la noche anterior había salido de fiesta con mis compañeros de la productora de televisión, enrte ellos Chapis, Víctor y Juanjo, y a penas había dormido dos horas. Percibía también los síntomas de algo que parecía un resfriado, aunque Juanjo me dijo que solo era «la famosa gripe del viajero», que enseguida desaparecería, en cuanto llegara a México. Durante el vuelo, con escala en Miami, apenas dormí unos minutos. Hay muchos italianos en el vuelo, que aplauden cuando el avión aterriza, tanto en la escala de Miami como en Cancún.

Por suerte, me entendí con el conductor del taxi colectivo, tras su primera propuesta de un hotel que me resultaba demasiado caro. Mientras iba dejando a los demás pasajeros, yo era el único que hablaba con él (claro que iba sentado a su lado y los otros no), comentando todo tipo de cosas, de España, de México, de fútbol, del lujo tremendo de los hoteles por los que íbamos pasando, etcétera. Llegamos al hotel y le acompañé a ver al dueño, que vivía en lo alto de una torre de cuatro o cinco pisos de apartamentos. Mi habitación (en realidad un pequeño apartamento) estaba adosada a esta torre, separada por un pequeño jardín de una caseta de vigilancia o recepción pegada a la calle. El lugar se llama Coconut Inn.

Me desperté a las siete, todavía enfermo, tras una malísima noche. Fiebre muy elevada, la cara ardiendo, el oído derecho completamente tapado (me dolió mucho en la segunda etapa del vaije en avión). Caminé desde el hotel en la avenida Labná (Bloque Alce) hasta la Avenida Tulum, que es la principal. Era pronto para cambiar dólares, así que fui a desayunar a un bar, en la esquina con la calle Jaleb. Le dije al camarero que no tenía pesos y le pregunté si podía pagar con dólares: «Sí, por supuesto». Tomé un desayuno completo: café con leche, zumo de naranja y cuatro tostadas con mermeladas. La cuenta: 22 $. Carísimo, pero la chica me trajo mucho cambio y me aclaró que eran 22 pesos (unas 400 pesetas). Después cambié más dólares y en los Supermercados Chedraui compré papayas, naranjas, limones, agua, mangos, Coca Cola, frijoles en lata, Flanax para el dolor y la faringitis y un inhalador para la gripe.

Volví al hotel y me hice varios litros de zumo, comí varios trozos de Papaya y tomé Flanax. Ahora mi mayor problema es que sigo teniendo el oído derecho tapado y no me oigo bien a mí mismo, así que mi voz me suena muy rara (no sé si también a los demás).

De vuelta al centro, tomé el autobús que lleva a la zona de los hoteles. Se trata de un estrecho brazo de tierra alrededor de la laguna Nichupté: 20 kilómetros de playas y de hoteles de lujo y super-lujo. Bajé del autobús poco después de pasar por un «100% natural», que me recomendaron mis amigos Ana y Víctor, allí pedí una ensalada de cactus, o algo semejante, unos espaguetis y dos zumos «Antigripal».

Demasiada comida. El atracón me provocó un terrible dolor de estómago, o quizá fuese la venganza de Moctezuma, aunque según tengo entendido lo de Moctezuma es un mal azteca o mexica, no maya, que creo se debe a la altura. Sin duda probar un alimento al que no estoy acostumbrado, el cacto, también fue un error. Intenté aliviar el empacho caminando y, tras conseguir llegar a la playa por un lugar no cercado por los hoteles, caminé junto al borde del mar Caribe durante más de 11 kilómetros. Luego, tras vueltas y más vueltas (por querer ir por un camino nuevo) conseguí llegar al hotel. Afortunadamente, no me puse el bañador, pues me podría haber pasado cualquier cosa si hubiera tenido la tentación de bañarme.

Me tomé la lata de frijoles y me acosté, tras una ducha ardiente, dispuesto a sudar y a amanecer curado al día siguiente de todos mis dolores.

Antes de contar si me curé o no, diré qué me pareció Cancún.

La zona de los hoteles que vi al llegar al Aeropuerto y al día siguiente recorriéndola a pie, me pareció monstruosa. Una aglomeración de lujo a la americana (yanki), graciosa por lo desmesurado.

Por un lado, me pareció un invento terrible. El actual Cancún fue inventado y creado hace 25 años para los turistas USA  de una manera absolutamente artificial y dirigida, junto a lo que era un pequeño pueblo, con la intención de crear un gran foco turístico en la costa del Caribe, que pudiese diversificar el turismo dirigido a México (Puerto Vallarta y Acapulco, principalmente). El éxito ha sido tremendo, de lo que, como dije antes, me alegro. Aunque el más terrible defecto del turismo suele ser la vulgaridad, hay infinidad de cosas que me parecen más importantes que evitar ser vulgar.Por otro lado, esos 20 o 25 kilómetros de playa hotelera sin duda traen una riqueza inmensa a Yucatán y Quintana Roo (que es el Estado en el que se halla Cancún), así que quizá no sea malo tener una costa hortera a cambio de disminuir la pobreza, que apenas se percibe, por esta zona al menos.

Muchos mexicanos me parecen más semejantes a los gringos que a otra cosa, aunque hay un montón de etnias que me gustaría saber distinguir. Parece haber una gran diferencia entre los yucatecos y los mexicanos (de México D.F. y otros lugares, supongo), pero también respecto a otros pueblos indígenas. Intentaré hacer retratos. En cuanto a lo de que muchos turistas mexicanos parecen gringos, quizá lo que sucede es que los gringos se parecen a los mexicanos o ciertos gringos a ciertos mexicanos, pues muchos de los turistas de Cancún me recordaban a la gente de California (de Los Ángeles, no de San Francisco), así que tal vez procedían de allí. Supongo que era una coincidencia debida al lujo hortera, pues esa semejanza ya no la aprecié tanto al viajar hacia el interior.

Folclore maya

Por otra parte, entre los habitantes de Mayab (tierra de los mayas) o Yucatán y los antiguos mayas hay la misma diferencia que entre los griegos de ahora y los de la Grecia clásica y arcaica. Pensar lo contrario, creo, es simple miopía folclórico-romántica. Es curioso que, tras la independencia de España, Yucatán se unió a México, rechazando ofertas de Guatemala y otros lugares, pero después quiso unirse a Estados Unidos: los terratenientes armaron a sus indígenas, que se rebelaron primero contra ellos y luego lucharon contra México. Casi consiguieron vencer, pero en el mejor momento se retiraron para recoger el maíz, lo que fue aprovechado por los blancos y mestizos para someter de nuevo a los mayas y causar una sangrienta contrarevolución. Esta Guerra de las Castas se inició en 1847 y continuó, en Quintana Roo, hasta 1866, o incluso hasta 1901, cuando Porfirio Díaz tomó la última capital maya, Chan Santa Cruz.

Quizá debería matizar la afirmación anterior. La diferencia entre entre mayas y griegos actuales y mayas y griegos antiguos quizá no sea la misma, porque  porque en Grecia han pasado 2500 o 1500 años y aquí 500 o 700. Aunque en ambos casos podríamos hablar de unos 700 años si contamos a Bizancio como Grecia, lo que quizá sería hasta cierto punto correcto. En cualquier caso, creo que la conciencia nacional de un pueblo la mayor parte de las veces surge porque los propios conquistadores se sienten herederos del pasado que ellos mismos han destruido o porque con el tiempo se recupera de manera artificial un pasado olvidado durante siglos. Un caso muy notable es el de los persas, que en el siglo XX recuperaron a Ciro, Darío y otros reyes persas, cuando resulta que casi el único héroe que habían recordado hasta entonces era un tal Al-Iskander, que no es otro que el hombre que acabó con el poder de los persas de Darío: Alejandro Magno (Alexander). Digno de reflexión es también el ejemplo de los canarios, descendientes de godos, puesto que son descendientes de la conquista de los Reyes Católicos (de origen godo), y que sin embargo se identifican con los güanches, pueblo de origen bereber al que, según parece, sus antepasados godos exterminaron.

En fin, a la llegada de los españoles, parece que la mayoría de los habitantes de Yucatán el único recuerdo que tenían de los creadores de la gran civilización maya es que eran unos explotadores crueles y sanguinarios, aunque otros muchos simplemente creían que todos aquellos monumentos eran obra del diablo. La época de esplendor de la increíble civilización maya ya era sólo un recuerdo a la llegada de los españoles.


[8 de diciembre de 1995]

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