Cicerón, el estadístico
Los filósofos griegos y romanos apenas se interesaron por la estadística, o al menos, eso es lo que parecen revelarnos los textos conservados. Sin embargo, había personas que sí se interesaron por el cálculo de probabilidades, las leyes del azar y el pensamiento estadístico. Me refiero a los comerciantes, pero también a los astrólogos y adivinadores.

No cabe duda de que un buen comerciante siempre se ha preocupado por examinar lo que compra y lo que vende y es casi seguro que los comerciantes de la antigüedad hicieron ciencia en sus libros de cuentas, ya usaran notas en un pergamino o un ábaco, observando en qué mes se vendía más harina o en que estación convenía no enviar barcos hacia la India.
En cuanto a los astrólogos y adivinadores, hay que recordar que, como todos los que creen en lo espiritual, eran y son extremadamente materialistas, quizá más que los comrciantes.
No sólo por su apetencia de cosas materiales y por su evidente ambición de ganar dinero a costa de la credulidad ajena, sino también porque su método de trabajo, su consulta a los espíritus o al otro mundo, es una búsqueda basada enteramente en lo material. El hecho de que una estrella se encuentre en cierto momento en una determinada casa zodiacal es para ellos la causa de que una persona tenga este o aquel carácter, o que esté predestinada a una vida gloriosa o infame, o que vaya a morir en tal o cual fecha. Una observación material, el brillo de una estrella en el zodiaco, es lo que determina su destino.

Para fundamentar sus creencias, los astrólogos de la antiguedad practicaban la moderna ciencia de recoger datos, examinarlos y establecer conclusiones. Como es obvio, les faltaban uno o dos ingredientes para que esos procedimientos estadísticos fueran fiables y científicos, como la intención de ponerlos a prueba y la de aprender de los errores.
El gran filósofo y orador Cicerón se asombraba de que alguien pudiese seguir creyendo en las predicciones de los adivinadores y que cuando dos astrólogos se encontraban no se desternillaran de risa al saber cómo se lo inventaban todo. Como creo que decía Borges en una conversación con Alifano, cuando dos adivinos se cruzan por la calle seguramente se sonríen uno a otro sintiéndose cómplices de la farsa con la que engañan a los demás.
Cicerón mostró mucho ingenio y sensatez al volver una observación estadística contra los propios astrólogos, refiriéndose a la batalla de Cannas, en la que en un solo día murieron treinta mil romanos:
“Me pregunto si todos los que murieron en la batalla de Cannas nacieron debajo de la misma estrella, ya que la suerte fue para todos la misma”.
El argumento es demoledor, aunque no parece haber tenido mucho efecto, porque ya sabemos que los crédulos miran con mucha atención a las estrellas pero no prestan ningún oído a lo razonable.

(Publicado por primera vez en Divertinajes, el 14 de noviembre de 2013. Revisado en 2018)
El azar y la necesidad
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