No hay que fiarse de los curas

Cuando Jomeini se hizo con el poder en Irán, éramos muchos los que pensábamos que era un tipo estupendo y simpático, incluso atractivo: con su mirada profundísima, sus cejas espesas y su larga barba. Él mismo, desde su exilio en París, siempre hablaba de democracia, tolerancia y derechos humanos. Pero enseguida se vio que todo era una farsa y cruel que ha durado ya decenas de años en Irán y ha sido una verdadera desgracia para el mundo musulmán.

También muchos hemos confiado hasta hace bien poco en Jatamí, el presidente de Irán, que es también cura,  pero parece que nuestras esperanzas no tenían razón de ser. Creíamos que no tomaba medidas más enérgicas por temor a un golpe de Estado de los curas de turbante negro dirigidos por Jamenei y el ejército, pero estamos empezando a pensar que ha dejado pasar el momento de las reformas (cuando el 70 u 80 % de los iraníes le votaron confiando en sus promesas de cambio) y que es un tapado de los ayatolás y el ejército (los únicos que quieren que el régimen se mantenga). Naturalmente, la política de Estados Unidos ha favorecido a los curas (da la impresión que EE UU prefiere que el régimen no cambie, pues es su mayor apoyo exterior, aunque parezca lo contrario).

Sistaní

Sistaní, el máximo líder chiita de Irak, parece muy moderado y tolerante. Es también atractivo, de mirada profunda y barbudo. Espero que esta vez sea tolerante cuando mande. Pero no hay que fiarse de los curas cuando se dedican a la política.

O quizá sea la barba: esas espesas barbas y bigotes tras las que se esconden las caras. También abundaban en Europa y otros lugares en épocas de intolerancia. Barbudos eran Marx, Engels, Bakunin, Lenin, Castro, bigotudos Nietzsche, Bismarck, Stalin, Hitler… ¿tendrá algo que ver? Pero no, porque Mussolini y Mao se afeitaban todos los días, Franco no siempre llevó bigote. Lamentablemente, el poder, como bien dice Jatamí, es irresponsable e impredecible y no depende de rasgos externos anecdóticos.

 

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