según los griegos

El día 25 de junio podrás encontrar este libro en todas las librerías. Si el título te hace pensar que estás ante un tópico libro de autoayuda lleno de recetas milagrosas para ser feliz en un instante, te equivocas.
Aquí va una aclaración…
Cómo hablar con los muertos
En las últimas décadas, los libros de autoayuda han desbordado los anaqueles de las librerías. Aparte de las razones obvias que pueden explicar su éxito, como las crisis económicas, sociales y emocionales, existe otra razón: las ideas de esos libros no pertenecen a quienes los firman, pero cuentan con la ventaja de que los propietarios no pueden reclamar derechos de autor.Es lo bueno de robar ideas a los muertos, a Buda, Epicteto, Confucio, Marco Aurelio, Lao Tse, Epicuro, Sócrates o Aristóteles.
Los muertos son los protagonistas del libro que estás leyendo, porque yo también me sumo al saqueo de la sabiduría clásica… con la única diferencia de que no escondo los nombres de mis víctimas, que aparecen aquí junto a sus ideas.
No tiene nada de malo aprender de los antiguos, robarles alguna que otra idea. Al fin y al cabo, ya dijo Eurípides que los grandes dramaturgos se alimentaban de las rebanadas del banquete de Homero. Lo preocupante no es el saqueo intelectual, sino lo que se hace con el botín. Lo lamentable es que las palabras de aquellos pensadores sean reducidas a trivialidades con las que dejar embobados a incautos lectores.
En mi opinión, hay que hacer precisamente lo contrario. Se debe intentar que las viejas ideas vuelvan a la vida, en vez de mostrarlas en pedestales o envueltas en naftalina. Que sugieran más que impongan, que se combinen unas con otras, que conserven su carácter ambiguo y paradójico y que no empujen al lector a repetir una frase brillante sin más, sino a investigar y reflexionar. En fin, que no rebajen la exigencia, sino que la estimulen, y que no hagan creer a los lectores que lograrán todo lo que se propongan con solo desearlo, sino que les recuerden que conseguirán esto o aquello si ponen a trabajar su inteligencia y su ingenio, si no confían ciegamente en su instinto sino que lo ponen a prueba, y si se dan cuenta de lo fácilmente que nos engañamos a nosotros mismos cuando nos dejamos llevar por intuiciones que coinciden asombrosamente con nuestros prejuicios.
En definitiva, no se trata de proclamar verdades absolutas con sentencias estupendas que lo resuelven todo en un instante, o que dan la falsa sensación de que hemos descubierto cuál es nuestro lugar en la vida y cuál la solución a todos nuestros problemas.
De acuerdo, en este libro también aparecerán algunas de esas frases ingeniosas que abundan en la filosofía clásica, puesto que, al fin y al cabo, aquellos filósofos pretendían deslumbrar con sus libros, que entonces no se llamaban libros de autoayuda sino ars vivendi (‘arte o técnica de vivir’), protrepticos (‘exhortación a la filosofía’), medicina animi (‘medicina del alma’) o consolaciones.
Ahora bien, cuando recuerde aquí esas frases y esas anécdotas ingeniosas, mi primera intención será entenderlas en su pleno sentido. En segundo lugar, intentaré refutarlas. ¿De qué manera? Con los argumentos de sus rivales, o incluso con los míos. Porque lo que hizo grande a la filosofía clásica no fueron las ideas dogmáticas (que también las había), sino el debate constante y las polémicas dialécticas. El combate agonístico.
En definitiva, creo que la mejor manera de enfrentarnos a cualquier dilema filosófico — y excepto los asuntos más técnicos, casi todo es un dilema filosófico— es a través de la discusión y la polémica. Las ideas no se fortalecen repitiéndolas, sino poniéndolas a prueba. Nos lo recuerdan filósofos de la ciencia como Karl Popper: nuestras creencias son más verosímiles o probables cuando sobreviven al intento continuado de refutarlas, no cuando huyen del debate. El verdadero desafío filosófico no consiste en convencer o imponer a los demás nuestras opiniones, sino en descubrir en qué nos equivocamos. Para lograrlo debemos dialogar, contradecirnos unos a otros e incluso aceptar que nuestros oponentes quizá tengan razón.
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