El pesimista optimista

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Frente a un equívoco frecuente, creo que hay que distinguir por un lado entre el optimismo y el pesimismo en cuanto actitudes ante la vida; por otro lado y como cosa diferente, entre una valoración optimista o pesimista acerca de una situación determinada. 

El optimismo y el pesimismo al que me refiero en primer lugar es una actitud ante la vida, o bien ciertos estados de ánimo, transitorios o permanentes, pero no me refiero a las descripciones ni valoraciones acerca de una situación determinada.

Si alguien examina la situación de algunos de los países más pobres, difícilmente podrá extraer una “conclusión optimista”, si entendemos optimista como sinónimo de “positiva”. Por fuerza su conclusión ha de ser negativa y pesimista. Esa manera de entender optimismo y pesimismo como sinónimos de valoración positiva o valoración negativa, creo que es correcta, pero tiene poco interés desde el punto de vista psicológico.

Otra cosa es que una persona que obtuvo una conclusión “pesimista” (es decir, negativa) tras examinar la situación de un determinado país pobre se proponga hacer algo para mejorar la situación en ese país. En este caso, su actitud ante su propia tentativa sólo puede ser optimista, a pesar de que pueda considerar que el proyecto tiene muchas posibilidades de fracasar, o aunque considere que se tratará de una gota en el océano, que en ningún caso podrá solucionar el problema. Aunque piense eso, esa persona debe actuar como si creyera que va a servir para algo, porque de no ser así, parece absurdo siquiera que actúe.

Ahora bien, no es mi intención caer en el recurso fácil de decir que si alguien actúa entonces es optimista y si no lo hace es pesimista.

A esa conclusión llegaron los pesimistas de la facción nihilista, para quienes su valoración acerca del mundo, muy pesimista o negativa, se correspondía con una no acción que fuera coherente con su fatalismo. A pesar de ello, muchos nihilistas se convirtieron en terroristas, una de esa paradojas inexplicables tan frecuentes en la vida ideológica: “el mundo no tiene sentido, así que voy a contribuir a que mi acción en el mundo contribuya a que tenga todavía menos sentido”. O bien: “No vale la pena hacer nada, así que haré lo peor”.

Admito, pues, que tanto un pesimista como un optimista pueden actuar en una situación determinada, aún sabiendo que lo que hacen no va a servir para nada, pero consciente de que no se puede hacer otra cosa, ya sea porque les mueve el sentido del deber o porque realmente no hay posibilidad de hacer otra cosa. Aunque no creo en el martirió ni en frases como: “la mejor lucha es la que se hace sin esperanza”. No, esa es la peor lucha, aunque en alguna ocasión pueda ser inevitable. Pero siempre será mejor emprender la lucha cuando pueda servir para algo, no sólo para alcanzar el martirio y satisfacer nuestro egocentrismo moral.

Pero a lo que he querido apuntar en esta breve investigación acerca del pesimismo y el optimismo es a algo que se podría comparar con la dicotomía clásica entre los genes y el ambiente.

Que los genes influyen, y a menudo decisivamente, es obvio, pero sucede que con esos materiales, con esos cientos de tiras elásticas que nos sostienen, como dice Dawkins, podemos hacer muchas cosas diferentes, a veces opuestas y contradictorias: convertirnos en un asesino o en un salvador de vidas, en alguien que desarrolla sus posibilidades o en alguien que se conforma con vivir una vida mediocre. Las tiras elásticas de la metáfora propuesta por Dawkins nos sujetan en cierto modo, pero también nos permiten una gran amplitud de movimientos. Porque, aunque en los genes estén codificadas muchas cosas, desde luego no está codificado el universo entero, con el que tendremos que interactuar queramos o no.

En lo que se refiere al optimismo y el pesimismo, sea cual sea la situación en la que nos encontremos, nuestro estado de ánimo y nuestra actitud puede empeorarla o mejorarla, a veces levemente, otras de manera radical. Por eso es por lo que creo que vale la pena distinguir entre la valoración de una situación y la manera en que decidimos hacerle frente.

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