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Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau
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Siete maneras de alcanzar la felicidad

El imaginario revolucionario

«El Parlamento de Inglaterra, asistido por gran número de gentes que a él se manifestaron y a él se adhirieron, fidelísimos en la defensa de la religión y de sus libertades civiles, juzgando por larga experiencia ser la realeza gobierno innecesario, agobiador y peligroso, la abolió justa y magnánimamente, convirtiendo la regia sumisión en república libre, con maravilla y terror de nuestros vecinos émulos».

Al leer textos como el anterior, escrito por John Milton en su Areopagítica,  podemos constatar de qué curiosa manera el futuro determina el pasado.

Solemos situar el comienzo de los gobiernos republicanos y de las ideas de igualdad, libertad y del fin de la monarquía absolutista en la revolución francesa de 1789, a pesar de que casi todo lo que en ese momento sucedió ya había sucedido en 1776 en Estados Unidos. Pero la primera gran revolución moderna fue la inglesa, en 1642. La revolución inglesa fue muy semejante a la francesa en todas sus etapas, incluso con la cabeza cortada de un rey y la dictadura republicana posterior, aunque a Cromwell lo podemos comparar al mismo tiempo con Robespierre, Danton y Napoleón, supongo.

También ambas revoluciones acabaron en la restitución monárquica. La única diferencia es que Francia, tras varias monarquías e imperios, acabó implantando el régimen republicano, hasta el momento de manera definitiva.

La temprana, y también en apariencia permanente, restauración monárquica inglesa es la causa de que en nuestro imaginario colectivo la revolución francesa ocupe un lugar que quizá merecería ocupar la inglesa. Además, por supuesto, de la presencia entre los precedentes de la revolución francesa, del movimiento ilustrado, que, como es obvio, no influyó en la inglesa, pero que muy probablemente fue influido de manera extrema por ella. Hay que recordar, entre otros muchos ejemplos, que una de las mayores influencias sobre los ilustrados fue el régimen parlamentario y las libertades británicas, como puede comprobarse en las Cartas inglesas que un admirado Voltaire publicó tras su visita a Inglaterra.

Lo que no resulta sencillo es entender por qué, al menos en Europa, no se tiene en cuenta que la revolución Americana o Guerra de independencia fue anterior a la Revolución Francesa y tenía casi todos su ingredientes, incluso al general Lafayette, que después se fue a Francia a participar en la siguiente revolución. Tal vez se deba a que los norteamericamos no pudieron cortar la cabeza del rey Jorge de Gran Bretaña porque estaba muy lejos.


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