¿Qué no significa ser iguales?

Perkins Gilman y lo humano /9

En El cerebro de hombres y mujeres dije:

«Ahora que la experiencia de las últimas décadas…  ha permitido constatar que las mujeres son capaces de realizar uno tras otro todos los trabajos y tareas que realizan los hombres, resulta asombroso, que se busquen diferencias insípidas y triviales entre los unos y las otras».

Esto mismo ya lo pensaba Charlotte Perkins Gilman a finales del siglo XIX, cuando a las mujeres no se les permitía hacer muchas de las cosas que sí podían hacer los hombres. Ahora bien, ¿qué quiere decir Perkins Gilman y qué quiero decir yo cuando decimos que hombres y mujeres somos iguales?

Simone de Beauvoir

No queremos decir que hombres y mujeres seamos genética o biológicamente iguales.

Es obvio que somos muy distintos en el aspecto biológico. Aunque algunas activistas feministas, que se sitúan más cerca de la fe que de la ciencia, llegan a decir disparates como que la biología es una construcción social, basta con leer El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, para darse cuenta de las enormes diferencias entre el cuerpo masculino y el femenino y advertir que, como dice Beauvoir, el cuerpo de la mujer puede llegar a ser casi un enemigo con el que hay que luchar constantemente, de una manera mucho más extrema que en el caso de los varones, como demuestra tras su meticuloso y fascinante examen de la condición biológica femenina en «Los datos de la biología»:

«De todas las hembras mamíferas, la humana es la más profundamente alienada y la que más violentamente rechaza esta alienación; en ninguna de ellas es más imperiosa ni más difícilmente aceptada la esclavización del organismo a la función reproductora: crisis de pubertad y de menopausia, «maldición» mensual, largo y a menudo difícil embarazo, parto doloroso y en ocasiones peligroso, enfermedades, accidentes, son características de la hembra humana: diríase que su destino se hace tanto más penoso cuanto más se rebela ella contra el mismo al afirmarse como individuo».

La conclusión es evidente y probablemente imposible de refutar:

«Si se la compara con el macho, este aparece como un ser infinitamente privilegiado: su existencia genital no contraría su vida personal, que se desarrolla de manera continua, sin crisis, y, generalmente, sin accidentes. Por término medio, las mujeres viven más tiempo, pero están enfermas con mucha mayor frecuencia y hay numerosos períodos durante los cuales no disponen de sí mismas».

En Profesar el feminismo, Patai y Koertge analizan, con un ingenio similar al que Andresky empleó en Las ciencias sociales como brujería, algunos disparates de cierto activismo (a)científico feminista muy extendido en las universidades de EEUU, como la ardorosa reivindicación de la mecánica de fluidos frente a la de sólidos, porque los físicos (varones) habrían desarrollado con más ahínco la física de sólidos que la de fluidos para potenciar lo masculino (el pene erecto, se supone) frente a lo femenino (la humedad y los flujos).

Que existen reacciones químicas, biológicas, hormonas, estrógenos, testosterona y todo tipo de dependencias físicas que afectan de distinta manera a hombres y mujeres es indiscutible, pero esas diferencias a veces asombrosas tampoco nos deben llevar a separar de manera estanca lo femenino y lo masculino, a la manera de tablas de opuestos metafísicos como el yin y el yang, o decir, como se decía en tiempos de Perkins Gilman, que la mujer es «una subespecie» del homo sapiens. Tampoco se resolverá el problema creando una biología fantástica en la que las características del cuerpo femenino puedan ser redefinidas a voluntad, despojándolas de los rasgos de la ciencia «heteropatriarcal», como el dimorfismo sexual de la especie humana.

Perkins Gilman era muy consciente de las diferencias biológicas entre hombres y mujeres (entre machos y hembras) y distinguía de manera explícita entre «la esfera del hombre» y «la esfera de la mujer», enumerando diversas características que definen, o que al menos predominan, en una o en otra esfera, como una mayor agresividad y tendencia a la violencia en los hombres (lo que parece indudable y confirman las estadísticas) y un instinto de protección y de cuidado hacia los hijos por parte de la mujer. Esas son tendencias  desde el punto de vista biológico (aunque no siempre sea fácil determinar el porcentaje biológico/cultural de ciertos comportamientos), pero, en opinión de Perkins Gilman, existe algo más importante que la esfera masculina y la femenina, que es la «esfera de la humanidad». Es fundamental lo que somos en tanto que animales y en tanto que machos o hembras, y negarlo sería absurdo, pero es más importante lo que somos en tanto que seres humanos. Es en este sentido en el que tanto Perkins Gilman como yo decimos que hombres y mujeres somos iguales.

Se me dirá que somos esclavos de nuestra biología y que es una fatuidad o una ingenuidad olvidarlo. Bien, es discutible que no podamos escapar de las cadenas biológicas, porque en parte ya lo estamos haciendo, por ejemplo mediante las operaciones de cambio de sexo, tratamientos hormonales o mediante las futuras modificaciones genéticas que cada vez se ven más cercanas. Pero, incluso aunque así fuera, aunque tuviéramos que resignarnos al cuerpo que nos ha tocado en suerte, nuestro carácter de seres humanos puede cancelar o refutar a la biología. Quienes pretenden apelar a la biología, sea midiendo cráneos como en el siglo XIX o comparando estadísticas como en el siglo XXI, encontrarán sin duda muchas diferencias entre hombres y mujeres, entre blancos y negros o entre altos y bajos, e incluso algunas de ellas podrán ser estadísticamente significativas, pero ninguna de ellas puede refutar el hecho de que es imposible saber cuál es el verdadero potencial intelectual para un sujeto cualquiera, sea hombre, mujer, blanco, negro, alto o bajo. No el resultado que obtendrá en un test de inteligencia al uso, sino qué hará a lo largo de su vida, qué libros podrá o querrá leer o escribir, qué descubrimientos hará si se dedica a la ciencia y hasta dónde llegará, qué cosas le interesarán en la vida, a quienes será capaz de ayudar o perjudicar con sus consejos. El hecho de que existan diferencias no significa que debamos convertirlas en una guía para regular la sociedad, por ejemplo para situar en los puestos de gobierno a los que mejores resultados den en los test de inteligencia o para reservar a unos para ciertas tareas y a otros para otras. Porque los seres humanos somos, y a algo parecido creo que se refiere Perkins Gilman en el lenguaje de su época, «procesadores de información», una característica que compartimos con los animales pero también con las máquinas (aunque de diferente manera). A partir de una cierta potencia de cálculo, memoria y manejo de datos, casi todo es posible desde el punto de vista intelectual. Tal vez existan diferencias estadísticas y tal vez incluso ciertas diferencias biológicas puedan explicar la discriminación y sometimiento de las mujeres a lo largo de milenios, pero la simple observación de lo sucedido durante todo ese tiempo demuestra también que los seres humanos, en este caso los varones, pueden llegar a convertir a una parte de su propia especie en seres intelectualmente inferiores, al negarles la educación y los derechos que se otorgan a sí mismos, no solo en lo que se refiere a los hombres y mujeres, sino también entre varones de diferentes culturas o etnias que han practicado el esclavismo y la servidumbre en sus diversas formas. Por el contrario, la observación de lo sucedido en los últimos cien años en todos los terrenos de la creatividad humana con la imparable incorporación de la mujer a todas las áreas que se suponían masculinas, muestran lo absurdo de las apelaciones a la biología, a lo eterno femenino (o masculino) o a las listas de opuestos sexualizados como el yin y el yang.

Continuará…


[Publicado en 2005. Revisado en 2018]

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