Los que creían conocer a Putin
En su libro Hablar con extraños, Malcom Gladwell revela una curiosa paradoja: muchas veces es más difícil predecir las acciones de alguien si lo conocemos personalmente que si no hemos tenido contacto con él. Entre los muchos ejemplos de este aparente sinsentido está el célebre caso de Adolf Hitler y el Primer Ministro británico Neville Chamberlain. Aunque cualquier persona que estuviera un poco informada sospechaba que Hitler podía iniciar una guerra en cualquier momento, Chamberlain, tras sus encuentros con Hitler declaró: «A pesar de la dureza y la crueldad que creí ver en su rostro, tuve la impresión de que aquí estaba un hombre en quien se podía confiar una vez que había dado su palabra». Lord Halifax, Ministro de Exteriores, también conoció a Hitler y concluyó «que no quería ir a la guerra y que estaba abierto a negociar la paz». El embajador británico en Alemania, que se había encontrado a menudo con Hitler también pensaba que, a pesar de que Hitler probablemente había cruzado la frontera de la demencia, «aborrece la guerra como el que más».
Sin embargo, quienes no conocieron personalmente a Hitler, como Winston Churchill o Duff Cooper, ministro del gabinete de Chamberlain, no dudaban de las intenciones bélicas del dictador alemán.
En el caso de Vladimir Putin, se ha producido una ceguera semejante, no sólo entre quienes han conocido personalmente a Putin, sino entre muchísimas personas que desde hace muchos años y hasta hace apenas un mes todavía lo admiraban por una u otra razón. Para algunos representaba la defensa de las tradiciones y de la familia convencional, y no parecía importarles nada que aprobase una ley que despenalizaba la violencia contra las mujeres siempre que fuera en el hogar; que envenenase uno tras otro a cualquier rival, desde Alexei Navalni al activista por los derechos humanos Timur Kuashev o el presidente ucraniano Victor Yúschenko; que persiguiese y encarcelase a los homosexuales o a cualquier persona que le molestara, ya fuera un millonario como Jodorkovski o el grupo de chicas punkis Pussy Riot. Todo esto, sumado a las guerras e intervenciones militares constantes, la represión absoluta y la ruina de la sociedad rusa, que nunca pareció importar a casi nadie. Putin se ganó el apoyo no sólo de los grupos fascistas y neonazis que siempre han estado con él por afinidades evidentes (y que ahora se autocalifican de desnazificadores), sino también de conservadores y tradicionalistas. Sin embargo, donde más predicamento tuvo Putin fue entre la extrema izquierda, que llevada por su «todo lo que sea contra Estados Unidos es bueno por definición» ha justificado y difundido con entusiasmo la propaganda de un verdadero déspota, vertida desde Russia Today (RT) Sputnik o Tele Sur , que ha continuado incluso una vez iniciada la invasión. Yo mismo he visto en Tele Sur a un opinólogo brasileño decir, sin que le temblara la voz, que esta guerra se hacía por la paz, para evitar la guerra. Literal.
En cuanto a los expertos estrategas que aseguraban que era imposible una invasión y que todo era un invento de Estados Unidos, poco se puede añadir. Todos sus estupendos cálculos y previsiones, tan poco creíbles pero tan escuchados, se han venido abajo. Como se han venido abajo las previsiones de los políticos europeos que confiaron en Putin tras entrevistarse con él, o las declaraciones de François Hollande, que aseguraba conocerlo bien y que Putin nunca bombardearía o mataría a civiles. La próxima predicción es de Javier Solana, que también conoció personalmente a Putin: asegura que nunca bombardeará Kiev, porque es la cuna de la patria rusa. Ojalá tenga razón, pero me temo que, como sucedía en el caso de Hitler, pronto descubriremos que quienes han tratado personalmente con Putin lo conocen incluso menos que quienes no han tenido el gusto o disgusto de hablar con él. Sinceramente, espero equivocarme yo esta vez y no Javier Solana. Y que también acierte por una vez Hollande al decir que Putin nunca recurrirá a las armas nucleares, entre las que se incluyen las centrales nucleares que ahora controla en Ucrania.