
Ante la pregunta de Elena Pita, Bernat Castany y Daniel Tubau exploran la relación entre la virtud y la felicidad a través de la filosofía de Sócrates y discuten si un malvado puede ser verdaderamente feliz y cómo el conocimiento de uno mismo y un buen carácter pueden ser la clave para una vida plena. Además, se plantean preguntas como si el mal nos afecta aunque no nos sintamos culpables.
TRANSCRIPCIÓN DEL VÍDEO
Elena Pita: Sócrates creía que la bondad es condición natural en el ser humano y que sólo se actúa o se obra mal por desconocimiento. Entonces él propone que a la felicidad se llega a través de la sabiduría, la justicia, la templaza y la valentía. Es decir, el conocimiento es lo que conforman la virtud. Y yo os pregunto a los dos… y vosotros dos si es posible os peleáis, aunque estáis muy de acuerdo. Yo os pregunto si ser moralmente bueno es suficiente para ser feliz.
Daniel Tubau: Bueno, es complicado. Lo más complicado es la relación entre Platón y Sócrates. Yo en el libro los agrupo en una misma pareja. Son siete maneras, pero hay diez filósofos. Y pongo a Sócrates y a Platón juntos porque es muy difícil saber lo que opinaba Platón, y es muy difícil saber lo que opinaba Sócrates. Porque casi todo lo que sabemos de Sócrates lo dice Platón (aunque también está Jenofonte). Y entonces te preguntas: ¿qué pensaba Sócrates y qué pensaba Platón? Porque Platón pone a Sócrates como el interlocutor principal en sus diálogos, ¿no? Es complicado, pero ¿Sócrates qué pensaría? Seguramente sí: si eres moralmente bueno, deberías ser feliz. Y si no eres moralmente bueno, aunque creas que eres feliz, en realidad no eres feliz.
Lo que dice Sócrates es que un malvado se puede creer feliz, pero un malvado no puede ser realmente feliz. La felicidad plena no la alcanza. Alcanza una sensación, bueno, dice que es feliz… Pero no puede serlo, porque para ser feliz necesitas conocer realmente esas virtudes, y si posees esas virtudes, entonces te darás cuenta de lo que es la felicidad completa.
En el libro se habla mucho de la felicidad, como la entendemos normalmente, pero después está el concepto de eudaimonia, que quiere decir «buen demonio». Ser feliz es tener un buen demonio, un buen espíritu, un buen ánimo, podríamos decir, un buen carácter incluso. Entonces, el malvado poseerá esa felicidad, lo que él llama felicidad, pero no poseerá la plenitud de la eudaimonia, de ese buen demonio, que no conoce siquiera.
Al principio, cuando hablo de Sócrates, (a Bernat)¿te fijaste en eso?, al principio empiezo dudando de lo que dice Sócrates, de que seas infeliz si eres un malvado, aunque creas ser feliz. Pero al final, sin embargo, lo recupero y le doy la razón a Sócrates.
Yo espero que con el libro los lectores muchas veces piensen una cosa pero vayan cambiando de opinión a medida que avance el libro. Esa es la intención, pero de eso hablaremos después, porque tú eres la que manda y no vamos a anticiparlo.
Pero sí, digamos que si eres moralmente bueno, deberías ser feliz. Efectivamente. Y lo contrario no.
Elena Pita: ¿Y tú qué opinas?
Bernat Castany: Pues es una pregunta complicada. Yo no voy a intentar hacer exégesis, no voy a intentar decir qué pensaba Sócrates porque es complicado y yo no estoy capacitado para hacer ese tipo de interpretación, pero voy a intentar pensar sobre eso, ¿no?, y para empezar pues necesitaríamos tiempo. Te recuerdo que Wittgenstein decía que si los filósofos formasen una secta secreta, la fórmula con la que deberían saludarse es: Tómate tu tiempo». ¿Por qué digo esto? Porque esta pregunta me parece que, aunque no esté registrada, forma parte de la familia de preguntas metafísicas. Esas preguntas que, digamos lo que digamos, siempre encontraremos argumentos del mismo peso a favor y en contra. Así que, bueno, es una pregunta irresoluble, podríamos decir. Pero, aún así, yo creo que aunque Erasmo decía que eso era un límite, el decía que había un límite: «Quod supra nos, nihil ad nos». Es decir, lo que está por encima de nuestras capacidades de conocimiento, no debemos interesarnos en ello. Es decir, no nos atañe. Lo cual está bien como un ejercicio de autocontención cognoscitiva, es decir, no debemos intentar saber aquello que no podemos saber, porque eso normalmente lo que provoca es división, ansiedad, violencia, guerras de religión, por ejemplo, guerras de identidad. Es porque nos hemos metido en ese ámbito y hemos, como el rey tentero, hemos empezado a ver doble. Así que tenemos que esforzarnos por no pasar de esa línea.
Pero yo creo que sí, para empezar, no podemos evitar pasar esa línea, esa frontera, porque somos así. Y luego creo que lo que dice no es que no haya que pensar eso. Creo que lo que dice es que no hay que pensar en los mismos términos en que sí que debemos pensar de esa línea para abajo. De esa línea para abajo sí que debemos exigir una idea de la verdad más en términos de adecuación, de definición, de seguridad. ¿Es de día o no es de día? ¿Esto es verdad o es mentira? derecho a exigir eso en el ámbito inferior. Pero en el ámbito superior, de las grandes preguntas, no podemos funcionar de la misma manera, pero podemos funcionar de otras. Podemos pensar, especular, de forma más circunspecta, tolerante, de forma también más humorística, poética, literaria, etc. Ahí sí que vale la pena entrar.
Entonces, podemos adentrarnos en ese mar. Como diría Leopardi, en ese mar da gusto naufragar, o algo así.
Bueno, la cuestión es, dicho esto, me he tomado mi tiempo, como decía Wittgenstein, entro en la pregunta.
Yo, bueno en verdad no voy a disertir tanto, sí creo que hay una conexión. Yo lo pienso, ¿no?
Cuando mis niños eran pequeños y les decía, no tienes que mentir, la pregunta era, «¿Por qué no tengo que mentir?» Claro, no iba a decirle: «Porque Dios lo dice». Tampoco iba a decirle porque la naturaleza o por el bien absoluto, porque no creo en ello.
Entonces le decía: «Bueno, pues no debes mentir, porque mentir no es que sea malo con mayúsculas, pero sí que te hace mal». En el sentido de que si tú mientes, te vas a sentir culpable, vas a tener miedo que te pillen, vas a estar ansioso, luego perderás mi confianza, te sentirás indigno…
Hay toda una serie de consecuencias que no vienen de una trascendencia, de un dictamen trascendente, sino que son simplemente una especie de resultado de la lógica de las relaciones humanas. Es una ética inmanente, diríamos, que surge de abajo para arriba. Entonces, por eso yo entiendo así, que no sé si me equivoco, el más allá del bien y del mal no como un amoralismo, sino en un sentido de que el bien y el mal no deben definirse en términos trascendentes, como una especie de dictamen de un dios, naturaleza, lo que sea, sino lo bueno, no el bien y el mal con mayúsculas, sino lo bueno y lo malo, lo que te hace bien y lo que te hace mal en mí.
Entonces, ahí yo entiendo que si realmente lo bueno te hace bien, lo malo te hace mal, veo una continuidad entre esos dos ámbitos que solemos distinguir, que son la moral, la reflexión sobre el bien y el mal, que muchas veces se nos va de las manos y se convierte en una reflexión trascendente, pero yo la veo en términos inmanentes, como he dicho, entre la moral y la ética, que es la mera técnica o arte de disponer la vida para lograr la felicidad. Yo creo que ahí hay una continuidad.
Y de hecho, Demócrito, que a ti te gusta mucho y a mí también me fascina, pues insiste mucho. De hecho, él insiste constantemente en que el malo nunca será feliz porque dormirá mal, para empezar, porque se sentirá culpable, por lo que sea.
Y hay una imagen preciosa, a mí me gusta mucho Chesterton, aunque no sea creyente. Y en uno de los cuentos del padre Brown hay una imagen preciosa donde él dice que cada vez que cometemos un pecado, yo lo entiendo, si hacemos el mal, pues se abre una puerta y entramos en una habitación más pequeña. Cometemos otro y se abre una puerta y entramos en una habitación más pequeña. Y al final, dice, aunque el pecado no nos hiciese malos, dice el padre Brown, que para mí es magnífico, aunque no nos hace malos, nos hace más impotentes. Y en el sentido spinoziano, a mí me parece una descripción perfecta de lo que sería el camino de imperfección, que sería que cada vez nos portamos mal, cada vez que digo una mentira, mi potencia se reduce, porque entonces tengo que callarme, tengo que pensar de otra manera, o si hago algo malo tengo que esconderme.
Es decir, toda nuestra movilidad verbal, espacial, incluso, se va reduciendo cada vez que hacemos el mal. Entonces, en el sentido puramente spinociano, no como Chesterton, no en el sentido más religioso, creo que hay una continuidad total.
Daniel : En eso estoy de acuerdo, pero creo que también idealizamos a los malos y pensamos que a los malos les afecta esto de alguna manera y que realmente se reconcomen. Pero creo que a muchos malos no les preocupa en absoluto seguir haciendo maldades y ni siquiera son conscientes de que hagan maldades. Que piensan: «Estoy haciendo lo que hay que hacer para que el país vaya bien», para lo que sea, y no creo que les torture mucho tampoco, pero sí que es verdad lo que tú dices, que se reduce su mundo, aunque ellos no lo sepan.
Bernat: Sí, estoy de acuerdo, pero por ejemplo, un malo de estos que vive en un país muy injusto, sus hijos, les pueden secuestrar, los pueden matar… ¿Qué hacen estos malos que viven en estos países? Envian a sus hijos a países europeos donde hay más justicia y pueden ir por la calle.

La presentación en la librería +Bernat de Barcelona tuvo lugar el 7 de julio de 2025
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