
A Aristóteles el espectáculo le parece lo menos importante.
Aunque la tragedia es un arte escénico y audiovisual, puesto que en él hay sonido e imagen, Aristóteles considera que lo verdaderamente importante es el texto. En su opinión, leer una tragedia ya es suficiente. El escenario, los intérpretes y mecanismos como el deus ex machina, pueden arruinar una obra excelente, convirtiéndola en vulgar entretenimiento. Muchos hemos pensado lo mismo cuando asistimos a una representación de una obra de teatro que admiramos y descubrimos que los actores recurren a gruesas caricaturas o parodias de actualidad.
Algunos directores de escena comparten la opinión de Aristóteles acerca de la importancia del texto y su menosprecio a los elementos del espectáculo. Hace unos años vi un Macbeth dirigido por Declan Donnellan en el que los actores se alineaban a uno y otro lado del escenario, apoyados en un muro negro y sobrio. Cada vez que le correspondía hablar, el actor se dirigía al centro del escenario y declamaba su texto, para retirarse después de nuevo a la pared. Una puesta en escena absolutamente sobria que sólo podría ser superada si la representación consistiera en un actor que leyese en voz alta toda la obra sentado en una silla; o mejor todavía, si el escenario apareciera completamente vacío y a través del sistema de audio se trasmitiese toda la obra. Seguro que ya se ha hecho más de una vez, en el siglo más iconoclasta, el siglo XX. Mi opinión es que se trata de una exageración. Mejor leerlo en casa.
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