Los disparates de Jieyu

Jianwu comentó a Lianshu:
«He oído a Jieyu,
y sus palabras me causan pavor.
Son palabras grandiosas pero no reales,
tan lejanas que jamás retornan,
como la Vía Láctea sin contornos,
tan inconmensurables que ignoran
todas las cosas del mundo».
Y Lianshu le preguntó qué decían esas palabras.
«Decían que en la misteriosa montaña Gushe
viven unos seres divinos
cuya blanquísima piel brilla como el hielo.
Tan tímidos y dulces como jóvenes doncellas.
No comen los cinco cereales,
beben rocío y respiran viento.
Cabalgan sus dragones
por encima de las nubes
y se dirigen más allá de los Cuatro Mares.
Concentrando su espíritu,
pueden curar enfermedades
y hacer que maduren las cosechas.
Yo, de todas estas locuras,
no creo ni una sola palabra».
Entonces Lianshu le respondió:
«¡Claro! ¡Cómo un ciego iba a apreciar ornamentos y colores!
¡Cómo un sordo iba a escuchar campanas y tambores!
No sólo el cuerpo puede no ver y no oír.
No sólo los ojos enceguecen.
No sólo ensordecen los oídos.
Así también la inteligencia
ciega y sorda puede estar,
como lo muestran tus palabras.
Un hombre de tal Virtud
funde los Diez Mil Seres
en su Unidad primera.
Y aunque el mundo se lo exija,
¿cómo va él a dignarse
gobernar sobre la tierra?
A un hombre así nada puede herirle.
Aunque las olas lleguen al Cielo,
él no se ahogaría.
Aunque por una gran sequía
se disuelvan piedras y metales,
se calcinen tierras y montañas,
las llamas no le alcanzarían.
Tan sólo de su cuerpo convertido en polvo
los grandes Yao y Shun renacerían.
¡Para qué iba él a ocuparse
de las cosas del mundo!».

Como aquel hombre de Song
que quiso vender sombreros en la ciudad de Yue.
Pero sus habitantes, de cabeza rapada
y cuerpo tatuado, no los necesitaban.

O como Yao, que instauró el orden
y la paz por todas partes,
y cuando visitó a los Cuatro Sabios
del Monte Gushe, al norte del río Fen,
olvidó su imperio para siempre. “

[Libros interiores  (Nei Pian), libro 1, capítulo 1  (Libre caminar): Los disparates de Jieyu]

Las dos caras del taoísmo

En este fragmento del Zhuangzi, Jianwu y Lianshu dialogan acerca de las fabulosas historias que suele contar un tal Jieyu, en las que aparecen seres de piel blanquísima, que no comen y sólo se alimentan de rocío y cabalgan sobre las nubes con sus dragones. Jianwu opina que eso son sólo locuras y desvaríos, pero Lianshu le responde con desprecio que es un ciego y un sordo, incapaz de ver y oír «ornamentos y colores» y «campanas y tambores». Sin embargo, Lianshu no se limita a comparar a su amigo con un ciego o un sordo (esa sería la comparación habitual), sino que va más allá. Lo que dice es que la vista y el oído sirven para ver y oír, pero también para volvernos ciegos y sordos:

«No sólo el cuerpo puede no ver y no oír.
No sólo los ojos enceguecen.
No sólo ensordecen los oídos.
Así también la inteligencia
ciega y sorda puede estar,
como lo muestran tus palabras.»

Es un planteamiento que podría compararse con la respuesta que le dio Platón al cínico Antístenes cuando este le dijo que aunque podía ver caballos no veía por ningún lado la idea de caballo, la «caballeidad» de la que hablaba Platón. Platón le replicó que eso sucedía porque tenía ojos para ver caballos pero le faltaba la inteligencia necesaria para ver la «caballeidad».

Pero la respuesta de Jianwu también se puede interpretar como la afirmación de que no sólo es tonto el que carece de inteligencia, sino también el que queda atontado por su uso. Esa es una opinión que volveremos a ver en el Zhuang zi, y que podría conducirnos a la idea de que para entender algo realmente diferente antes debemos desaprender lo que ya sabemos. Ese planteamiento es semejante a una célebre anécdota de la escuela subitista del zen:

“En la escuela subitista llegas al conocimiento a través del desconocimiento, dejando atrás las cosas que sabes. En este sentido creo que se debe interpretar el encuentro de Nan-In con un profesor universitario. El maestro zen le sirve té en un bol y derrama su contenido. El profesor dice:
_ El bol ya está lleno. Se derrama…¡Ya no cabe más té!
Nan-In le contesta:
_Su mente es como un bol. Esta llena de opiniones y de especulaciones ¿Cómo quiere entender el zen, si antes no vacía el bol de su mente?”
(El buddhismo, Ramón N. Prats)

Primer tratado alquímico chino y taoístaAlgo parecido le dice Lianshu a su amigo Jianwu: todas esas cosas que cuenta Jieyu acerca de hombres extraordinarios que cabalgan en el viento sobre dragones no son creíbles para alguien que se deja llevar por sus prejuicios intelectuales acerca de lo posible y lo imposible. La razón ha cerrado la mente de Jianwu para entender la verdad. Eso podría interpretarse como una defensa de lo que hoy en día llamamos  poderes paranormales, y lo cierto es que en el Zhuangzi y en el Laozi a menudo aparecen personajes capaces de hacer cosas  extravagantes y milagrosas. No es extraño, por ello, que con el tiempo surgiera una interpretación del taoísmo que derivó en verdadera alquimia y magia, que buscaba la inmortalidad a través de la mezcla de extraños componentes, la práctica del sexo o complejos rituales. Es muy posible que esta obsesión aumentara cuando el primer emperador de China, Shi Huangdi recorrió su imperio en busca del secreto de la inmortalidad. Al parecer no lo encontró, como veremos, espero, en próximos capítulos.

En cuanto a la idea de que para entender algo sea necesario desaprender otras cosas, o al menos librarnos de ciertos prejuicios, me parece bastante sensato. Eso no quiere decir que debamos abandonar nuestra manera de pensar, pero sí que conviene hacer un cierto esfuerzo antes de despreciar algo que ignoramos. Como decía Machado: «Desprecian cuanto ignoran», que también se puede invertir: «Porque desprecian, ignoran». No creo que sea necesario vaciar la mente, pero sí creo que es difícil entender algo nuevo cuando uno va cargado de prejuicios, cuando tiene ya respuesta para todo antes de haber escuchado siquiera lo que le están diciendo. La mayoría de las veces ni siquiera nos enteramos de lo que nos están contando porque hay demasiado ruido e ideas previas dentro de nuestra cabeza. Creo que la historia zen, por cierto, se puede aplicar a muchos de los propios seguidores del zen, que a menudo se quedan atascados en verdades más o menos simples, expresadas, aunque suene paradójico, con una sencillez grandilocuente. Yo disfruto mucho con los ensayistas que se preocupan de entender algo y de explicarlo, aunque no lo compartan y aunque incluso lo combatan activamente. Siempre he intentado imitar su ejemplo y no dejarme llevar por el gusto o el vicio de denunciar, criticar, denigrar o insultar antes de comprender y reflexionar. O por ese impulso, que en algunas personas parece casi imposible reprimir, de opinar y juzgar en todo momento y con cualquier excusa, y además de manera tajante y vehemente, falta de todo matiz y prudencia.

 

Chamanismo y taoísmo

Chamanes manchúes

Entre los expertos hay diversas opiniones acerca de los orígenes del taoísmo. Algunos consideran que podría ser una derivación de antiguas prácticas chamánicas, entre las que estarían el desdoblamiento corporal, la levitación y otras experiencias más o menos mágicas.

Junto a ello hay un taoísmo que no cree en la existencia de esos seres extraordinarios, o al menos no les da mucha importancia, preocupándose más bien de llevar una vida sencilla y retirada.

Esta contradicción será una constante a lo largo de la historia del taoísmo.

Por otra parte, un análisis textual a fondo del Zhuangzi quizá nos permitiría averiguar cuánto hay de magia en los textos originales y cuanto son adiciones posteriores para dotarlo de más prestigio. Yo no me siento capacitado para emprender tal tarea, aunque hablaré de este asunto, y de los orígenes chamánicos del taoísmo, varias veces a lo largo de este comentario. También podemos contar con la posibilidad, no muy improbable, de que en el futuro algún descubrimiento arqueológico nos ofrezca nuevos datos. En China se están encontrando ahora textos antiguos que obligan una y otra vez a reescribir la historia.

Otra posibilidad, que quizá no hay que descartar completamente, es que las menciones a milagros y hazañas extraordinarias deban tomarse como metáforas, como una manera de esconder algo sencillo de manera grandilocuente. Porque lo cierto es que resulta bastante contradictorio que junto a la burla constante a todos aquellos que quieren dirigir y ordenar el mundo, como el emperador Yao, acumular riqueza y poder o impartir lecciones de sabiduría, se utilicen ejemplos de sabios que también se caracterizan por tener poderes especiales y milagrosos. Porque recurrir a milagros asombrosos, al menos para un temperamento moderno, parece desactivar los discursos burlones del Zhuangzi: ¿lo que se pretende es que nos demos cuenta de lo vano de toda esa ansia de poder, riqueza y sabiduría porque es algo en sí mismo vano o sólo porque es muy poca cosa comparado con lo que puede conseguir el sabio taoísta? Si fuera así, es inevitable caer en la paradoja de que también esos sabios taoístas buscan algo vano y efectista: volar por el aire sobre dragones, alimentarse del aire…

Como tendremos ocasión de comprobar, el Zhuangzi nos da continuamente razones para aceptar una u otra interpretación.

 

El vendedor de sombreros

Lianshu continúa despreciando a su amigo y ahora lo compara con:

«…aquel hombre de Song
que quiso vender sombreros en la ciudad de Yue.
Pero sus habitantes, de cabeza rapada
y cuerpo tatuado, no los necesitaban.»

Hay que entender, creo, que el fabricante de gorros se sentía muy orgulloso de su obra, pero que de pronto descubrió lo inútil de tantos esfuerzos.

Pero también podría entenderse en el sentido contrario: aquellos que no tienen necesidad de gorros, no pueden apreciarlos, del mismo modo que Jianwu no entiende las historias que cuenta Jieyu, ni un ciego aprecia los colores o un sordo las campanas y los tambores.

Las dos interpretaciones son interesantes y las diferentes traducciones que he consultado a veces parecen indicar una y a veces la otra.

«Un hombre de Song fue al estado de Yue a vender gorros. Las gentes de Yue, que acostumbran a raparse la cabeza y tatuarse el cuerpo, no habían menester de ellos»      (traducción de Iñaki Preciado Ydoeta).

«Esto lo juzgan ellos tan inútil como para los habitantes de Yueh, que se rapan la cabeza y se tatúan el cuerpo, los gorros que los comerciantes de Sung llevan allí para venderles» (traducción de Carmelo Elorduy).

Algunos comentadores creen que aquí se habla de sombreros ceremoniales de la dinastía Shang, la anterior a la época en la que trascurre la historia (la Zhou) y que tal vez en parte a ello se debe el que las gentes del sur (las de la ciudad de Yue) que gustan de raparse y tatuarse, los desprecien y los consideren completamente inútiles, con más razón, puesto que se trata de vestimentas asociadas ceremonias de una dinastía que ya no tiene ningún poder. Si a esto añadimos que las gentes de Song relacionadas con el pueblo Shang al parecer eran consideradas como ejemplo de gentes estúpidas, parece claro que la interpretación es que lo absurdo es intentar vender sombreros a quienes no los necesitan. Esa idea parece reforzada por la mención que se hace a continuación al viaje del emperador Yao, que enseguida comentaré. Pero antes vale la pena averiguar quién es el tal Jieyu, que cuenta tantos aparentes disparates.

 

El loco Jieyu

Hasta ahora he hablado de los disparates de Jieyu, pero no sabemos casi nada de él. Conocer algunos aspectos de su biografía puede permitirnos interpretar de otra manera sus disparates.

Según Iñaki Preciado, Jieyu es el sobrenombre de un tal Lutong, un eremita del estado de Chu durante la época de Confucio:

«Era labrador y se fingía loco para que no le nombrarán para un cargo. El rey de Chu se enteró de que era un sabio, y le ofreció cien monedas de oro y cuatro carruajes de cuatro caballos para que le sirviera, pero él rehusó. Cogio sus pertenencias y, acompañado de su mujer, se fue a tierras lejanas, y ya no se supo de él».

Así que resulta que Jieyu, al que se califica de loco, es otro de esos sabios que rechazan los cargos y los honores, incluso si vienen de manos del rey. ¿Por qué lo hace? ¿Por una modesta vanidad? ¿Porque disfruta de cosas más importantes que las que le ofrecen?

Al parecer la razón es más sencilla, pero también más interesante. La descubrimos cuando, en el capítulo VII del Zhuangzi encontramos juntos a Jieyu y al hombre que antes se burlaba de él, Jianwu, del que no se sabe si era uno de sus discípulos o si pertenecía a una escuela rival, pero, en todo caso, parecen mantener cierta amistad:

 Jianwu fue a ver a Jieyu. Jieyu dijo:
— ¿Qué te decía Chungshih el otro día?
Jianwu dijo:
— Me dijo que el soberano de los hombres debería desarrollar sus propios principios, patrones, ceremonias y reglamentos, y entonces no habrá nadie que deje de obedecerle y sea transformado por ellos.
El loco Jieyu dijo:
— ¡Esto es una virtud falsa! ¡Tratar de gobernar al mundo así es como tratar de caminar sobre el océano, perforar un río para atravesarlo, o hacer que un mosquito cargue una montaña! Cuando el sabio gobierna, ¿gobierna lo que está afuera? Primero se asegura a sí mismo, luego actúa. Se cerciora absolutamente de que las cosas pueden hacer lo que se supone que hagan, eso es todo. El pájaro vuela alto hacia el cielo donde puede escaparse de las flechas atadas. El ratón de campo cava profundamente en la colina sagrada donde no tendrá que preocuparse acerca de los hombres que cavan y los espantan con humo. ¿Tienes acaso menos sentido común que esas dos pequeñas criaturas?”.

Aquí ya empieza a vislumbrarse la otra interpretación del taoísmo, o al menos del Zhuangzi, más realista y práctica, que se confirma en otro pasaje del Libro IV, en el que aparece Confucio:

Kungzi (Confucio)

“Cuando Confucio visitó el estado de Chu, Jieyu, el loco de Chu, pasó por delante de su puerta gritando:
— ¡Fénix, fénix, cómo falló su virtud!
No puedes esperar el futuro; no puedes perseguir el pasado.
Cuando el mundo está en orden, el sabio sobrevive.
En épocas como la presente, a gatas si escapamos de la penalidad.
La buena suerte es liviana como una pluma, pero nadie sabe cómo sostenerla. La desgracia es pesada como la tierra, pero nadie sabe cómo salirse de su camino.
¡Déjalo ya! ¡Deja de enseñar virtud a los hombres!
¡Peligroso, peligroso, trazara los demás el camino a seguir!
¡Tonto, tonto, no arruines mi caminata!
Yo sigo veredas tortuosas. No estorbes mis pasos.”

Según Álex Ferrara, este pasaje está basado en un texto de las Analectas de Confucio. Efectivamente, si leemos el capítulo llamado Weizi, encontramos casi lo mismo:

Un loco de Chu llamado Jieyu pasó al lado de Confucio cantando y dijo: “¡Fénix! ¡Ay, Fénix!, ¿por qué flaquea tu virtud? Ya no se puede reprochar nada al pasado, pero aún puede prevenirse el futuro. ¡Abandona! ¡Abandona! Los que aceptan cargos públicos están ahora amenazados!”. Confucio bajó del carruaje con la intención de hablar con él, pero el loco apresuró su paso y Confucio no consiguió hablarle”.
(Analectas, Weizi, XVIII, 5).

De repente los disparates de Jieyu dejan de serlo: son tiempos peligrosos para quien acepta un cargo. Acercarse al poder, ya sea para criticarlo o adularlo, es el camino más rápido a una muerte temprana. La actitud de Jieyu, fingirse loco para escapar de cualquier cargo, cobra un tremendo sentido cuando se conoce un poco cuál era la situación en la época de los Reinos Combatientes (de eso me ocuparé en próximos capítulos). Por cierto, el hecho de que Jieyu sea del reino de Chu tiene su importancia, pues allí eran famosos los chamanes.

 

De nuevo emperadores y sabios

Como hemos visto, tras la anécdota del vendedor de sombreros, Lianshu también trae a colación el caso del emperador Yao, quien, después de poner paz y orden en el mundo, fue a visitar a los Cuatro Sabios del Monte Gushe y «olvidó su imperio para siempre».

¿Por qué lo olvidó? ¿Porque descubrió algo que lo superaba o porque entendió que todo ese imperio era, como diría el Eclesiastés “sólo vanidad”?

“Engrandecí mis obras, me edifiqué casas, planté viñas, me hice huertos y jardines, y planté en ellos toda clase de árboles frutales. Me hice estanques de aguas para regar con ellas un bosque donde crecieran los árboles. Adquirí siervos y siervas, y tuve siervos nacidos en casa. También tuve mucho ganado, vacas y ovejas, más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén. Acumulé también plata y oro para mí, y tesoros preciados de reyes y de provincias. Me proveí de cantantes, tanto hombres como mujeres; de los placeres de los hijos del hombre, y de mujer tras mujer. 9 Me engrandecí y acumulé más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén, y en todo esto mi sabiduría permaneció conmigo. No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni rehusé a mi corazón placer alguno; porque mi corazón se alegraba de todo mi duro trabajo. Esta fue mi parte de todo mi duro trabajo.
Luego yo consideré todas las cosas que mis manos habían hecho y el duro trabajo con que me había afanado en hacerlas, y he aquí que todo era vanidad y aflicción de espíritu. No había provecho alguno debajo del sol.” (Eclesiastés, 2, 5)

Supongo que en otro momento habrá ocasión de comparar el que posiblemente es el más hermoso de los libros bíblicos con las ideas del Zhuangzi y el taoísmo, en muchos aspectos coincidentes, pero lo que parece claro es que el emperador Yao se dio cuenta, quizá como le sucedió al vendedor de sombreros ceremoniales, de que todas esas cosas que le parecían tan importantes, en realidad no lo eran. Lo descubrió gracias a cuatro maestros. Según Preciado, estos maestros podrían ser:

Wangni

Nieque

Boyi

Xuyou

Me referiré a esos sabios cuando vuelvan a ser mencionados, aunque ya conocemos a Xuyou, aquel sabio que renunció, con una modestia soberbia, el trono que le ofrecía Yao. Como allí hablé de él y de otros modestos sabios soberbios de manera un poco crítica, ahora me gustaría matizar un poco lo que dije, porque yo mismo presumo, a veces soberbiamente, de mi modestia. Y lo curioso es que creo que lo hago con razón.

 

¿Modestia inmodesta?

¿Se puede presumir de modestia sin dejar de ser modesto? En mi opinión sí.

Imaginemos que observamos el comportamiento habitual de una persona y llegamos a la conclusión de que puede ser calificado como “modesto”. Podríamos entonces asistir al siguiente diálogo:

_¿Es modesta esa persona?

_Sí lo es.

_¿Estaría justificado que esa persona se calificara a sí misma como modesta?

_Por supuesto. Puesto que además de ser una persona modesta, posee la inteligencia suficiente y la capacidad de observación necesaria para darse cuenta de que su comportamiento es modesto.

_Pero entonces esa persona podría parecer presuntuosa en su modestia, al considerarse como tal. ¿No es eso una paradoja?

_No lo es. La paradoja sería que dijese. “No soy modesto”. En tal caso sería, en primer lugar, hipócrita, puesto que diría lo contrario de lo que cualquiera puede observar, de lo que observa él mismo y de lo que en realidad piensa. Pero, además, sería inmodesto, al pretender añadir a su modestia habitual la modestia de no reconocerse modesto.
_Eso significa que no hay manera de escapar de cierta contradicción o paradoja tanto si se reconoce modesto como inmodesto.
_ Quizá la mejor respuesta que puede dar es: “Mi única soberbia es la modestia.”

Analicemos ahora el caso no con la modestia, sino con la prudencia. Una persona es prudente, como decía Aristóteles, si suele hacer cosas prudentes. Pero si un día se muestra imprudente, eso no impide que lo sigamos considerando prudente. Ahora bien, si esa persona continúa haciendo cosas imprudentes, al final cambiaremos nuestra opinión sobre ella porque, como decía también Aristóteles, “Somos lo que hacemos”.

Del mismo modo podemos considerar que alguien es un buen político en general, pero que ha realizado una mala acción política en un caso particular. La incapacidad de separar estas posibilidades es probablemente una de las causas del dogmatismo político: defendemos a nuestro político preferido haga lo que haga, porque tememos que, si le criticamos en cualquier pequeño detalle, entonces estaríamos dejando de considerarle un buen político, o dando argumentos a nuestros enemigos.

Un sabio que vive modestamente, puede describirse a sí mismo como modesto de una manera modesta y decir,con sencillez: “Soy modesto”. Pero también puede caer en cierta soberbia momentánea si, ante la insistencia de alguien que le quiere ofrecer algo, se irrita y exclama: “¿Para que quiero eso que me ofreces si ya tengo todo?”. Esa respuesta puede parecer un poco soberbia, pero no convierte para siempre a esa persona en soberbia.

Ahora bien, esa persona modesta también puede ir pregonando a los cuatro vientos  su modestia, e ir al río a limpiarse las orejas, como dicen que hizo Xuyou tras escuchar la propuesta del emperador Yao. Sólo entonces habrá buenas razones para considerar que ese sabio es tan soberbio como el emperador, del mismo modo que Diógenes el cínico es más soberbio que Platón al pisar ruidosamente las alfombras de Platón.

 

Más paradojas de autorreferencia

Epiménides

Pensemos ahora en la célebre paradoja de Epiménides el cretense. Epiménides el cretense dice:

“Todos los cretenses son mentirosos”.

La paradoja es evidente: si todos los cretenses son mentirosos entonces también lo es Epiménides, puesto que es cretense.

Esta es quizá la paradoja más célebre de la historia y ha aparecido durante siglos en los libros de filosofía y lógica. Sin embargo, no es una verdadera paradoja.

¿Por qué? Porque podemos imaginar una situación en la que la frase de Epiménides resulta coherente y no contradictoria.

Imaginemos que la realidad es que “no todos” los cretenses son mentirosos. Unos son mentirosos y otros no lo son.

Desde este punto de vista, si Epiménides fuese uno de los cretenses mentirosos su frase sería perfectamente razonable, puesto que dice “TODOS los cretenses son mentirosos”, mientras que la realidad es: “ALGUNOS cretenses son mentirosos” (entre ellos Epiménides).

Resulta curioso que esta disolución de la paradoja de Epiménides, el mostrar que en realidad no se trata de una verdadera paradoja, probablemente coincide con lo que tenía en mente Epiménides al acusar a sus compatriotas de mentirosos. En efecto, Epiménides era uno de los Siete Sabios legendarios de Grecia y, según parece, estaba muy decepcionado con sus compatriotas y se lamentaba de que eran muy mentirosos, pero no se incluía a sí mismo entre esos cretenses mentirosos. Se dice que estaba tan furioso con la manera de ser cretense que el verso más famoso suyo es el que cita San Pablo en la Epístola a Tito: «¡Cretenses, siempre embusteros, vientres torpes!».

Para escapar a la disolución de la más célebre de las paradojas, se ha intentado modificarla para que no aparezca la palabra “todos”.

Por ejemplo, alguien dice: “Miento”.

No es momento para entrar a fondo en el análisis de esta paradoja corregida, pero, recordando lo de la modestia y la inmodestia y lo de la prudencia y la imprudencia de Aristóteles, nos podemos preguntar: ¿Qué significa “Miento”?”. Puede significar:

 “Miento siempre”

“Miento a veces”

“Miento en el momento exacto en que digo “Miento”

Dejo al lector el desarrollo del asunto y su comparación con aquella persona modesta que puede decir:

“Soy modesto siempre”

“Soy modesto casi siempre”

“Soy modesto en el momento en el que digo “Soy modesto”».

En definitiva, se puede ser modesto (o se puede ser feliz), aunque se tenga de tanto en tanto un rasgo de inmodestia o de tristeza.

 

Un desvío hacia la felicidad

En las últimas líneas he llegado a la conclusión de que se puede describir a alguien como feliz o modesto refiriéndose o bien a su comportamiento habitual o bien a un momento concreto.

Cuando alguien dice «Soy feliz», generalmente quiere significar: “Estoy siendo feliz”. Sólo, en contadas ocasiones, lo que quiere decir es: “Soy feliz en general en mi vida” Finalmente, sólo en muy contadas ocasiones lo que quiere decir es «Mi vida ha sido feliz».

Si nos detenemos en este último caso, antes de calificar la vida de alguien como feliz o infeliz debemos recordar lo que Solón (otro de los siete sabios de Grecia) le dijo a Creso:

«De nadie puede decirse que su vida sea feliz hasta que se haya visto su final… Antes de que uno muera no puede llamársele feliz, sino, todo lo más, afortunado».

Creso a punto de morir infeliz

Creso, feliz entre su inmensas riquezas no hizo mucho caso, pero tiempo después su hijo Atis murió en un trágico accidente. Más tarde, Creso se enfrentó al persa Ciro y perdió su reino. Ciro lo condenó a morir en la hoguera:

«Cuando estaba arriba, a punto de arder, Creso dio un suspiro y gritó el nombre de Solón por tres veces, entre sollozos.»

Esto parece llevarnos a la conclusión de que la vida de Creso no fue feliz, sino fuera porque cuando Ciro oyó los gritos de Creso quiso saber a qué se debían. Creso se lo explicó y el persa se conmovió, le perdonó y le convirtió en su consejero. Así que, finalmente, podemos pensar que Creso tuvo una vida feliz.

Habitualmente, los biógrafos, y en esto siguen a Solón, suelen interpretar la vida de alguien en función de su desenlace y consideran, por ejemplo, de manera casi unánime que la vida de Casanova fue infeliz porque murió olvidado y despreciado como bibliotecario del Dux de Bohemia. Sin embargo, el propio Casanova refuta esa interpretación en sus Memorias:

«Hay gente que dice que la vida no es más que un tejido de desgracias; lo cual viene a decir que la existencia es una desgracia; mas si la vida es una desgracia, la muerte será todo lo contrario: la felicidad, puesto que es lo opuesto a la vida.

Esta consecuencia puede parecer indiscutible. Pero los que se lamentan de la existencia son sin duda pobres o enfermos, porque si gozaran de buena salud, si tuvieran el bolsillo bien repleto, alegría en el corazón, Cecilias, Marianas y la esperanza de algo mejor todavía, ¡oh!, seguro que cambiaban de parecer. Yo los considero una raza de pesimistas que no puede haber existido más que entre filósofos indigentes y teólogos mauleros o atrabiliarios.
Si existe el placer y sólo se puede gozar de él estando vivo, la vida es dicha. Existen desgracias, yo sé algo de eso; pero la existencia misma de esas desgracias prueba que la suma de la felicidad es mayor. Entonces, porque en medio de un montón de rosas se encuentren algunas espinas, ¿hay que ignorar la existencia de tan hermosas flores? No; es una calumnia contra la vida el negar que son un bien. Cuando estoy en una habitación oscura, me agrada infinitamente ver, a través de una ventana, un horizonte inmenso frente a mí.»  (Giacomo Casanova, Memorias)

Otra hermosa refutación de la tendencia simplificadora de los biógrafos sería la de la vida de Wittgenstein, que cualquier biógrafo calificaría de infeliz, si no fuera porque al parecer sus últimas palabras fueron: “Diles que fui feliz”. Según otra versión, dijo: «Díganles que tuve una vida maravillosa».

 

************

GLOSARIO

Los cinco cereales son: el arroz, dos clases de mijo, el trigo y las alubias, dice Preciado Ydoeta.

Los diez mil seres se refiere a la humanidad. La expresión «diez mil seres» se emplea en China como sinónio de innumerable, como un número elevadísimo, equivalente a expresiones como «millones», «incontables. Es muy interesante lo que se dice de Jieyu:

Un hombre de tal Virtud
funde los Diez Mil Seres
en su Unidad primera.

Lo que podría entenderse como: el sabio ve, a pesar de las diferencias aparentes, la unidad de todos los seres humanos, algo que en cierto modo tiene relación con lo que he comentado acerca de Platón y la idea de ‘caballeidad’, común a todos los caballos, y también, ¿quién sabe?, como una expresión de la igualdad de todos los seres humanos.

 

[Publicado por primera vez en 2007]

 

8 Comments

  • danieltubau

    Comentario enviado por Beatriz Zarazaga

    Daniel, muchas gracias por hacerme conocer el Zhuang Zi!. Ha sido un descanso después de tanto ruido:
    No sólo los ojos enceguecen,
    no sólo ensordecen los oídos.

    Ojalá continúes con tus comentarios.
    Saludos.
    (lunes, 08 de junio de 2009)

    • danieltubau

      Muchas gracias, Beatriz. Mi intención es continuar con la lectura comentada del Zhuangzi, aunque quizá el ritmo sea lentísimo, o tal vez en algún momento me concentre un poco en ello y lo acelere. Gracias por el comentario.

  • César

    CÉSAR comentó
    Hola Daniel, muy buenos tus comentarios sobre el Zhuang zi. Muchas gracias. Llevaba mucho tiempo con ganas de leer este libro y gracias a tu página me he enganchado totalmente. ¿Tienes pensado seguir comentando capitulos? Un saludo.
    (lunes, 31 de marzo de 2008)

  • Joaquim Planas

    Joaquim Planas comentó:

    Hola, Soy licenciado en medicina china, me encuentro en estos momentos en Beijing, estoy buscando la versión original (en Hanzi) del capítulo III del Zhuang Zi, sobretodo me interesa el poema II (según la versión de Pilar lopez de España, el cocinero Ding), ya que quisiera llevarme un trozo del mismo en caligrafia. Mi conocimiento del idioma Chino es bastante limitado y no consigo encontrar el fragmento del poema que me interesa.

    Me puedes ayudar??

    Muchas gracias de antemano.

    (domingo, 09 de diciembre de 2007)

  • Tato

    TATO escribió:

    Excelente la página, cai en cuenta de cosas que solo habia rozado en mi vida! Muchísimas gracias Daniel, estaria bueno que hicieras una especie de analisis del dao de jing en pinyin y en castellano, porque hay traducciones realmente desastrosas y la esencia solo se desprende del analisis minucioso. Es un trabajo… pero tal vez te interese, ya hay paginas en ingles con esto mismo. De vuelta, gracias por tu tiempo invertido en esta página.
    (lunes, 30 de julio de 2007)

  • Tao-ré

    Bravo Daniel!
    Tu página ha sido para mi un agradabilísimo descubrimiento.
    Soy bastante nuevo en esto de navegar por la red, pero en el tiempo que le he dedicado, me ha sido difícil encontrar páginas serias sobre taoísmo filosófico.
    Llevo veinte años dedicándome a la lectura de los tres clásicos del dao jia, y no dejan de sorprenderme a cada relectura. Tu página es interesantísima, y me ha aportado un nuevo punto de vista desde donde análizar los textos. Yo también espero que sigas comentando el Zhuang zi, que tanto aprecio, y que tu página siga promoviendo el conocimiento del Taoísmo Filosófico.

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Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau
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