Una lectura del Zhuangzi

El mundo al revés

 

Recordemos cómo terminaba Ziqi su charla acerca de la música del cielo y de la tierra:

«Si la música de la Tierra
proviene de estas oquedades;
y si la música de los hombres
proviene de las flautas de bambú;
¿de dónde viene la música del Cielo?».

En estos versos se establece una comparación entre el lenguaje y la música de los seres humanos y esas otras músicas y  lenguajes, incomprensibles para nosotros, que son los del viento, la tierra y el cielo.

Lo habitual, al interpretar este pasaje, es situarse en el lugar del maestro Ziqi, un ejercicio muy arriesgado, y concluir que Zhuangzi nos está diciendo que nuestro lenguaje, nuestro pensar, nuestras palabras y nuestras distinciones son tan solo balbuceos inútiles y pretenciosos, y que deberíamos quedarnos callados ante la magnificencia y la verdad de la naturaleza o del Tao.

Nosotros y nuestro lenguaje, vendría a decir Ziqi, somos una vulgar copia de esa verdad inefable, y nuestras distinciones y discusiones interminables acerca de lo que es y lo que no es serían solo palabrería sin sentido. Existe, se supone que debemos concluir, una verdad allá fuera, en un lugar en el que todas las distinciones desaparecen y donde podemos contemplar la verdad, en un estado semejante a un éxtasis místico como el que experimenta Ziqi de Nanguo. De este modo, podríamos alcanzar una verdad, que no está dividida ni es múltiple, al contrario que todo aquello que se nos aparece en nuestro mundo cotidiano.

Podríamos descubrir un paralelo entre este planteamiento y otros que se podrían clasificar en eso que se ha llamado nostalgia del origen, del mundo indiviso, de la realidad Una y única. Y también con la filosofía perenne de la que hablaba Aldous Huxley y con ideas expresadas en las Upanisads de la India.

Sin embargo, creo que cuando se adopta esta interpretación de la realidad se pierde de vista un asunto fundamental, y en esto difiero del Zhuangzi o al menos de su interpretación dominante. Es una opinión personal, un debate que podría mantener con Zhuangzi, con Ziqi o con quienes sostienen esa distinción entre la pluralidad aparente y la unidad esencial.

El mundo al revés

Aunque Zhuangzi parece dudar acerca de cuál es la respuesta a las preguntas a propósito del ser y del no ser, ciertos intérpretes, que podríamos considerar «orientalistas» en el sentido empleado por Edward Said en Orientalismo, parecen tenerlo muy claro y dan por sentado que debemos aceptar la existencia de realidades trascendentes como el Tao, la Naturaleza y la Verdad, y de las músicas y lenguajes de la tierra y el cielo, incluso de esas entidades con mayúscula, Cielo y Tierra y Viento, superiores a nosotros y de las que depende nuestra existencia, y de las que nuestras músicas y nuestros lenguajes son una simple imitación.

A mí me parece, sin embargo, que la comparación o metáfora entre lo humano y lo divino o espiritual debe aplicarse más bien el contrario. Me parece que es a partir de la observación de este mundo imperfecto como un filósofo, un místico o un pensador, como Zhuangzi o Ziqi, construyen ese otro mundo trascendente.

En definitiva, no es que Zhuangzi o Ziqi hayan contemplado esa Verdad, esa Naturaleza, ese Tao indiviso y después vengan aquí, a este mundo imperfecto, para contárnoslo y revelarnos que somos un pálido reflejo de lo Perfecto, sino que sucede más bien al contrario: es a causa de la observación del lenguaje humano por lo que Zhuangzi se dedica a buscar en la naturaleza un lenguaje similar.

Zhuang, Ziqui o los místicos y metafísicos que hablan de lo incognoscible, de las esencias, de la idealidad, del Tao con mayúsculas o de «lo Otro», están tan contaminados por este mundo cotidiano como cualquiera de nosotros y se dejan llevar, también como cualquiera de nosotros, por las cosas, las categorías y los esquemas que han observado en este mundo imperfecto. Tan sólo después intentan trasladarlos a lo Otro, aplicando el lenguaje humano que han aprendido a la Tierra, al Viento y al Cielo, o a la Naturaleza, el Mundo y el Tao. Es decir, no demuestran que la Naturaleza, el Mundo o el Tao tienen un lenguaje, sino que el lenguaje humano que conocemos puede aplicarse a cualquier cosa. Eso sí, en este paso de lo humano a lo trascendente, todo se vuelve sublime.

Dicho de otra manera: la metafísica siempre tiene su origen en la física. Como se sabe, esto sucede ya desde el comienzo de la palabra «metafísica» gracias a un delicioso accidente, acerca de cuya verosimilitud los expertos discuten. Se dice que cuando Andrónico de Rodas quiso ordenar ciertos textos de Aristóteles que resultaban de difícil clasificación, acabó por colocarlos a continuación del volumen que contenía la Física, digamos que en el estante que está más allá del de la Física. Y resulta que varios de esos textos de la Metafísica de Aristóteles se ocupan precisamente de algo que podemos considerar que está «más allá de la física», del fundamento último de lo que hace posible la física: de la naturaleza en sí, de la ontología, de la causa de todas las causas, etcétera. Curiosamente, y este es un asunto que no voy a desarrollar aquí, muchas de las preguntas acerca de la ontología o la metafísica se pueden interpretar como preguntas acerca del lenguaje, del lenguaje humano.

Ahora bien, insisto en que todo lo que el maestro Zhuang o el sabio Ziqi encuentran allí, en el Cielo, en el Viento o en la Tierra, lo han visto antes aquí, en el mundo humano: el lenguaje, la música y todo lo demás. Pondré un ejemplo.

¿De dónde surge el concepto de perfección?

Algunos filósofos se han hecho esta pregunta: ¿De dónde procede la idea de perfección puesto que no existe la perfección en este mundo? ¿Y de dónde procede el concepto de Unidad si aquí lo que hay es multiplicidad?

Descartes, en un argumento indigno de su genio y de su ingenio, dijo que la noción de perfección procedía de Dios: «Puesto que la perfección no existe en este mundo, esa idea tiene que haberla puesto un Dios en nuestra mente».

Pero la verdad es que la idea de perfección o la idea de cualquier cosa que no podemos encontrar en este mundo imperfecto se puede alcanzar fácilmente a partir de la observación de lo que sí vemos.

A partir de la observación de lo imperfecto se llega con tremenda sencillez a lo perfecto: veo en un objeto algo que no acaba de satisfacerme, así que puedo imaginar que ese objeto no tuviera ese defecto, y puedo imaginar, sin ningún esfuerzo especial, que no tuviera aquel otro defecto, que no tuviera, en definitiva, ningún defecto.

Veo un trozo de madera que mide un metro: puedo imaginar que midiese dos metros, y que midiese cuatro, y que midiese siempre un poco más, puedo imaginar, en fin, que no llegase yo nunca a alcanzar su punta. De este modo llego a la idea de lo interminable y lo infinito, aunque no pueda contemplarlo en este mundo.

Este mundo cotidiano no es como es debido a la existencia de un Otro Mundo que nadie conoce, sino que cualquier otro mundo es imaginado a partir de este mundo. Zhuangzi se mueve a partir del lenguaje humano hacia el lenguaje de la Tierra y el Viento, y no al revés. Es el significado que descubre en ese aire sonoro que son nuestras palabras lo que le hace buscar también un significado en el ulular del viento.

Marx y Hegel. Ilustración de José Luis Cano

Los trascendentalistas, y no me refiero ahora a Zhuangzi, que es más complejo, ambiguo, divertido e interesante, suelen despreciar las distinciones de este mundo imperfecto nuestro y a los pobres filósofos que se pierden en discusiones interminables, pero su otro mundo trascendental no es ni más ni menos que una distinción más, una multiplicidad más que añadir a esas de las que tanto se burlan. Una hipótesis más, imaginada o inventada a partir de las observadas en este mundo vulgar que habitamos, y no al contrario. Aunque no soy marxista, creo que es muy cierto aquello que Marx aplicó a Hegel: hay que devolver al mundo lo que Hegel se llevó a los cielos, poner a Hegel del revés y convertir el espíritu hegeliano en materia.

Por otra parte, esas interpretaciones acerca de la Unidad, el Tao indiviso o la infinitud y perfección divinas son tan gratuitas como un brindis al sol, o al viento, si se prefiere. Porque también es muy fácil darse cuenta de que existe una  contradicción irresoluble entre vivir en ese Tao indiviso y, sin embargo, tomarse la molestia de escribir un libro lleno de paradojas y multiplicidades. Enseguida veremos algunas más.

 Continuará…


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